Cada quien lee sus cartas, escritas entre la segunda mitad de los cincuenta y la primera de los sesentas. Alrededor, público. Cristina es Perón. Un Perón, el Cristina Banegas, que tiene asombrosamente la voz de Perón. Abusando de una fórmula de León Rozitchner diríamos: Cristina debió comprender a fondo a Perón para componer de ese modo a su Perón. Al que le atribuye abruptas expresiones guturales cada vez que Cooke, su joven delegado en la Argentina, menciona el delicado asunto de su condición mortal. El Cooke de Karina Elsztein está cargado de una actualidad del que este presente carece por completo: aireado, esbelto, desafiante y filoso. Es un Cooke munido de toda la rebeldía que el peronismo dejó de buscar en sí mismo desde hace ya un buen rato. Perón-Cristina argumenta, escribe, explica. Se pregunta porqué entre sus jóvenes partidarios en los que cree no ha aparecido aún un águila. Sus antológicas astucias -las técnicas de conducción del “Padre Eterno”- provocan ecos perturbadores, y no pocas risas. Mientras que el «querido Bebe», Cooke-Karina, le pide a su «querido jefe» un peronismo con dramatismo, que no malgaste su potencia antagonista haciendo la política del juego de caballeros. Le pide con toda claridad que organice un partido movimiento capaz de enfrentar de modo directo y con una estrategia clara al enemigo.
La presencia del mítico artículo Cartas en Tinta de Limón. Recordando a Cooke, de Horacio González, es ostensible en la selección de los fragmentos de las epístolas. Publicado en Revista Unidos en octubre de 1986, la edición incluía una reproducción facsimilar de la mítica carta de 1956, en la que Perón hacía pública su autorización al militante entonces encarcelado John W. Cooke para que asumiera la representación del jefe exiliado en la acción política en el país. En sus palabras “su decisión será mi decisión, su palabra, mi palabra”. Y agregaba: “en caso de mi fallecimiento, en él delego el mando”. Como se recordará González llegó a recordarle públicamente al ya ex presidente Néstor Kirchner en una asamblea de Carta Abierta la importancia decisiva del nombre Cooke: la fuerza de lo maldito como lado “áspero” de la historia, el “único que valía la pena recorrer”. Ese González flota entre las partículas de humo que poblaron la atmósfera de la función del domingo 1 de diciembre, en el teatro El excéntrico.
Después del final Graciela Casino, la directora, se prestó a la conversación. Ya se había cantado la marcha y bebido vino. Unos pocos se han quedado. Graciela conoce perfectamente bien el papel de Alicia Eguren en la edición de la Correspondencia Perón-Cooke, texto sobre el cual se basa íntegramente la obra La bala de Plata. Según el historiador Miguel Mazzeo -autor del ensayo sobre Cooke, El hereje (2016) y de una biografía política intelectual Alicia en el País (2022)-, Eguren publica la primera edición de las cartas en 1972, sin consultar a Perón. Sin la complacencia del viejo líder, el epistolario se convirtió de inmediato en un documento esencial del peronismo revolucionario.
La bala de Plata es una intervención teatral de intensa e inesperada politicidad, que introduce tensiones irresueltas del pasado como posibles claves para cuestionar impotencias y conformismos con los que en la actualidad se asume el espeso drama argentino. Durante las horas posteriores a la función se tiene la persistente sensación de haber participado de una asamblea extraordinaria que debería repetirse en cada rincón del país.
Vale mucho la pena retener la ficha técnica de esta obra nómade que ya pasó por Avellaneda y por la Facultad de Ciencias Sociales y seguirá rodando:
La bala de Plata. Correspondencia Perón-Cooke.
Actuación: Cristina Banegas y Karina Elsztein.
Una intervención político poética dedicada a Horacio González. Música Ariel Neón.
Iluminación Agnese Lozupone.
Asistente de dirección Tomas Reale.
Dirección Graciela Casino.