A lo largo del siglo XIX se popularizaron las llamadas «Baby farms», una alternativa de cuidados que se convirtió en la muerte asegurada de cientos de niños.
Por C. Macías
La era victoriana catalizó una infinidad de historias que alimentan el terror colectivo todavía en la actualidad. En sus años se sitúan muchas de las historias que como un murmullo o un eco recorren las generaciones sin intención de pasar su legado a otra época. La oscuridad, lo oculto, lo misterioso y lo macabro forman parte del marco del siglo XIX, y aunque a veces el paso de los años haya engalanado estas historias, algunas efectivamente sucedieron. Una de tantas fue la existencia de las llamadas «Baby farms» o granjas de niños.
Quizás no te suenen, pero en el Reino Unido siguen siendo un recuerdo de muy mal gusto para los más pequeños, algo así como la experiencia amenazante del coco. Lo peor de esta historia de miedo es que sucedió de la forma en que su nombre alude a ella. No eran espacios grandes, sino casas particulares, pero en ellas los niños se amontonaban uno tras otro.
A comienzos del siglo, la «cría de bebés» fue normalizándose como una alternativa a las carencias socioeconómicas que apuntaban a las mujeres. En la Inglaterra victoriana, la ilegitimidad y el estigma social que significaba quedar embarazada (fuera el que fuera el motivo) generaban un ímpetu de supervivencia: entregar a los bebés a otras mujeres que se ofrecían para criarlos. La Enmienda a la Ley de Pobres de 1834 hizo que los padres de hijos ilegítimos no estuvieran obligados por ley a mantener a sus hijos económicamente, obligando eso sí a muchas mujeres solteras, violadas y utilizadas por el sistema a entregar a los bebés que tampoco podían abortar.
La única alternativa para muchas mujeres
También hubo mujeres ricas que dejaron a sus bebés en casas de aldeanos para que estos los cuidaran, porque en estos casos se consideraba que el campo era mejor opción para crecer que la ciduad. La autora Claire Tomalin da un relato detallado de esto en su biografía de Jane Austen. La escritora inglesa, explica Tomalin, fue criada de esta manera, al igual que todos sus hermanos, desde los pocos meses de edad y durante varios años.
Sin embargo, no puede decirse que fuera una práctica generalizada entre todas las esferas sociales, o no surgía al menos desde el mismo punto de partida. La cría de bebés se estableció como la única alternativa para mujeres empobrecidas cuyas opciones eran limitadas: o prostituirse o la desgracia de ir muriendo de hambre. En cambio, «deshacerse» silenciosamente de su bebé le permitía continuar sosteniéndose a sí misma. Así, de la necesidad surgió al otro lado un negocio que prometía cuidados y ofrecía la muerte. Las criadoras, en su mayoría mujeres porque en esto, también eran entendidas ellas como las únicas posibles para abordar la idea del cuidado, se ofrecerían a otras mujeres a quitarles de encima la carga que unos niños no deseados suponían, ofreciéndoles un futuro alternativo, aunque no necesariamente un futuro feliz.
«La historia nos cuenta que tener un hijo fuera del matrimonio nunca fue fácil debido a las circunstancias sociales, económicas o religiosas imperantes en cada momento y en cada sociedad. Pero hay un momento histórico donde el estigma que suponía ser madre soltera fue aprovechado por algunas mujeres para crear un lucrativo negocio tras el que se escondía un terrible y perverso acto: los asesinatos de cientos de bebés y niños», apunta la criminóloga Paz Velasco en el portal de ‘Criminal Mente’.
Un macabro negocio para otras
Además, las tasas de mortalidad infantil en la época eran muy elevadas, lo que determinó la deriva de esta especie de «institución legal». Las muertes prematuras eran tantas que a menudo escapan a la atención de las autoridades, señala en un reportaje para la BBC.
Era un intercambio en toda regla, aunque sin reglas. Bueno, sí: No se hacían preguntas, y mucho menos se llevaba ningún registro; las madres entregaban a sus bebés en manos de alguna mujer a menudo desconocida, a la que llegaba a través de un anuncio en el periódico o del boca a boca.
La historiadora Madeline Hiltz sostiene en ‘Vintage News’ que, «en un momento en que era difícil para las mujeres ganar su propio dinero, esto resultó atractivo. Las mujeres podrían maximizar sus ganancias acogiendo más y más niños y reduciendo los costos. Así, las criadoras de bebés se dieron cuenta de que podrían hacer que este negocio fuera más rentable si los niños moría pronto, porque esto además dejaba espacio para albergar a más».
De simple práctica a pesadilla oculta
De manera que, lo que comenzó siendo una simple práctica pasó a ser una pesadilla oculta. “Básicamente, una granja de bebés era un orfanato con fines de lucro”, dice Mary Kay McBrayer en la web de ‘Messy Nessy’. Las criadoras pedían pagos mensuales o diarios, incluso a veces pagos por adelantado.
«Idealmente, las granjas de bebés debían estar cerca de donde trabajaban las madres para que pudieran visitarla con frecuencia, pero la realidad fue otra».
La mayoría de las mujeres que eligieron esta opción creían que su hijo sería atendido adecuadamente, que tendría atención, alojamiento y comida mientras ella seguía trabajando. Al fin y al cabo, como la propia Jane Austen escribiría más tarde, que era un gesto frecuente entre las mujeres ricas que dejaban a sus bebés al cuidado de nodrizas. Lo que no sabían es que existían muchos matices de diferencia.
“En teoría, el sistema funcionaba bien: era una especie de guardería las 24 horas del día para las madres trabajadoras. Idealmente, la granja de bebés estaría cerca de donde trabajaba la madre para que pudiera visitarla con frecuencia. La realidad fue otra, ya que muy pocos niños entregados a estos lugares sobrevivirían ni siquiera a su infancia”.
Ocho mujeres fueron ahorcadas
Por ejemplo, en lugar de leche de lactancia, a estos bebés les daban leche de vaca mezclada con agua azucarada y mezclas peligrosas que dañaban su frágil salud. Ese era el objetivo. Más tarde, algunas de estas criadoras como Amelia Dyer llegaron a adquirir la práctica de ahorcar a los niños. Solían deshacerse de los cuerpos abandonándolos en las calles o tirándolos al río. Debido a la alta tasa de niños que fallecían entonces, nadie se percató al principio de que la cosa iba más allá.
Una investigación encubierta sobre cría de bebés, informada en 1870 en una carta al ‘Times’ concluyó: «Mi convicción es que estas mujeres asesinan a muchos niños, que la adopción es solo una buena frase que envuelve una muerte lenta o repentina».
Desde la década de 1870 y hasta 1909, varias mujeres fueron juzgadas por asesinato, homicidio involuntario o negligencia criminal de bebés; en el Reino Unido, ocho fueron declaradas culpables y posteriormente ahorcadas. Sin embargo, el asesinato de niños no quedó allí, sigue presente en la memoria colectiva de todo el país más de un siglo después.