Según se coincide en todas las vertientes ideológicas, si algo le faltaba al envalentonamiento de los Milei era el triunfo contundente de Donald Trump. Y las vocerías del establishment en particular, con apenas tímidos reparos, dicen que ahora sí se habrían alineado los astros de la felicidad gubernamental.
La pregunta aburridamente retórica es en qué consistirá la felicidad ésa. En qué signos concretos hay sobre la influencia del éxito trumpista sobre la cotidianeidad de la mayoría de los argentinos.
Vayamos entonces con una serie de incógnitas panfletarias, que de paso sirven para refrescar aspectos estructurales y subrayar otros que, en la semana, pasaron inadvertidos.
¿Ahora sí podremos descansar en paz, porque llegará la plata del Fondo Monetario que, provisoriamente, estirará los plazos de la herencia financiera catastrófica que Macri nos legó?
¿Ahora sí que hay vía libre a fin de acentuar la criminalización de trabajadores en protesta, aeronáuticos en la agenda diaria que provocan, con el aval de una parte sustantiva de la población que ve el enemigo en un laburante de rampas y despacho de valijas, y no en los operadores de la timba de “los mercados” que está llevándose “la tuya”?
¿Ahora sí se terminó la recesión fabril?
¿Ahora sí no importa que las ventas de carne vacuna sigan desplomándose, para ser las más bajas de los últimos 30 años en números redondos, mientras la exportación anda de fiesta?
¿Ahora sí que la amenaza de centenares de despidos nada menos que en Techint, porque il compagno Paola Rocca muestra los dientes contra la importación china, no interesa frente al paraíso desregulador?
¿Ahora sí no escandaliza que el rubro alimenticio que más aumenta es la leche y los productos lácteos?
¿Ahora sí arriba Elon Musk con inversiones estratégicas, que ocuparán mano de obra intensiva?
¿Ahora sí debe pasar de largo que el Gobierno recorte en un 76 por ciento el presupuesto para la prevención y tratamiento de VIH, hepatitis, tuberculosis e infecciones de transmisión sexual para 2025?
¿Ahora sí podremos pagar tranquilamente con “la nuestra” los viajes previstos por Jamoncito para fotografiarse con Trump, porque gozaremos de los beneficios prioritarios del alineamiento con Estados Unidos e Israel?
Preguntas panfletarias, cómo no.
¿Son por eso menos necesarias?
Este viernes, Página/12 publicó un artículo extraordinario de Jorge Majfud, ensayista, novelista y profesor universitario, quien reside hace años en Estados Unidos.
Tanto el contenido general de la columna como varios de sus tramos apuntan a la propaganda mediática y a la ensoñación que produce la dirigida realidad líquida de las redes, como factores no únicos pero sí fundamentales para (tratar de) entender esta fenomenología de líderes e impulsos ultraderechistas. No son lo mismo en todos lados, pero dejemos eso para otro momento porque no hace al núcleo de las siguientes ideas y disparadores.
Más que un voto por Trump, escribe Majfud, lo fue contra Harris y los demócratas. Un voto indignado y (casi) sin esperanzas. ¿Les suena, cambiando los nombres por algunos más autóctonos?
La economía de los “americanos” no está bien pero, como define, no se debe a un gobierno específicamente, sino a un problema de estructura mucho mayor.
Va desde la corrupción legalizada de las corporaciones que lo han comprado todo (políticos, medios), hasta continuar acumulando la riqueza (plusvalía: rescatemos palabras clave) que vienen secuestrando a la clase media y trabajadora. Como agrega el ensayista, hace 50 años que esa clase trabajadora estadounidense le transfirió dos veces el PBI de China al uno por ciento más rico.
¿Les suena, al asimilar esas cifras al relativo fifty-fifty entre capital y trabajo que este experimento está destruyendo a favor del primero?
También señala Majfud que, por fin, tendremos un presidente norteamericano convicto de la Justicia (34 causas), quien se jactó de ser listo para no pagar impuestos.
¿Les suena, al simbolizar ese dato objetivo con el cipayo que elogió a los fugadores de divisas y estipuló a Al Capone como un héroe? Y todo eso, por cierto, antes de las elecciones que lo ungieron presidente de estas pampas, como para que nadie -es un decir- se llame a engaño.
Por último, sólo en nuestra pretensión de síntesis, Majfud advierte que no basta con ser listo.
“Es necesario tener al pueblo embrutecido con divisiones identitarias. Con individuos alienados por las mismas tecnológicas que dominan la economía, la política y la geopolítica” (aquí nos permitimos adosar/reiterar que, para una dominación de ese tamaño, hace falta que el Estado tenga más vigor que nunca en su dirección de satisfacer a los poderosos del privilegio. Hay concordancia entre la acción estatal y la de las corporaciones de la nueva revolución del capital tecnológico. Aquello de que Bebé Reno Milei no es un topo que vino a destruir al Estado, sino un agente de mandantes que fortalece a “sus” decisiones de derruir la justicia social o, siquiera, tibias reivindicaciones con ese sentido).
Nada de esto obtura que la crítica negativa a la mirada meramente “progre”, en torno a estas experiencias o ¿anomalías? ultras, debe ser tenida en cuenta.
Enojarse está muy bien como refugio anímico frente a una instancia local y ecuménica muy oscura. Oscurísima. Pero no sirve, si no es acompañada de autocríticas sinceras, no pour la galerie, que en el “campo nacional y popular” parecen brillar por su ausencia. No hay proyección de acuerdos en aspectos básicos de salvataje popular, y si los hay no semejan difundirse como corresponde.
La reivindicación de los derechos de las minorías, por ejemplo nada menor, es imprescindible. Tuvo conquistas de las que enorgullecerse. Pero si eso se queda ahí, y se extravía sin complementarse con cómo están las cosas por abajo, en el componente de las clases oprimidas, en la bronca ante la democracia que no resuelve tantas demandas insatisfechas, seguirá habiendo lugar para los Trump. Y para sus variantes fachosas en patios traseros.
Una manga de ignorantes que presumen de ser “nacionalistas” está contenta porque el hegemón de Washington podría tropezar contra desarrollos y competencias como las chinas, autoritarismos conservadores como el ruso, despegues de desarrollo tecnológico como el indio. Pero ésas son potencias comercial-militar-industrialistas sin horizontes ideológicos sustancialmente diferenciados del actual. ¿Discuten algo más que hegemonía de bloques?
Increíblemente o todo lo contrario, ciertos especímenes criollos se proveen del Trump disruptivo, proteccionista, para augurar briosos tiempos industriales. “Peronistas”. Es como si fuese lo mismo conducir un Imperio de intereses permanentes que proyectar consensos productivos en el culo del mundo.
Hay entre nosotros personajes de curiosa amplificación mediática, solventada no se termina de saber por quiénes, que ocupan vacantes. Las que deja una oposición dedicada a internas patéticas, ¿hoy superadas?, que en cualquier caso debe formular una nueva épica productivista y emancipadora arreglándoselas con lo que hay. No con lo que se desearía que hubiera.
Debería interesarnos cómo fue y es posible Milei, y no la mano o la ignorancia que nos dispensen Trump y su corte de megamillonarios dispuestos a convertir el mundo en Mad Max. O a cerrar las guerras esparcidas por doquier, en función de sus intereses “nacionales” que nunca serán -por empezar- los de la región que habitamos.
No todo es desierto, sin embargo.
Argentina insistió en demostrar varias veces que tiene reservas culturales, confrontativas, intelectuales, de grandes minorías intensas, susceptibles de haber dado pelea como para que los proyectos de las élites empaten, históricamente, contra los de la inclusión social. Va y viene.
Todos desconocemos cuándo y cómo sucedería que esta noche presente alguna luminosidad.
Pero la habrá. Nunca pasó que la Historia haya dejado de girar.