Aunque suene a disparate de ahogado, la comparación a la que se atrevió Nicolás Márquez –el biógrafo de Milei y abogado negacionista- entre la conductora Karen Reichardt e Isabel la Católica no es, en un cien por ciento, un delirio.
Isabel I fue, como se enseña en la escuela primaria, quien financió el viaje de Cristóbal Colón en 1492, que derivó en lo que, desde el punto de vista europeo, se nombró como el descubrimiento de un nuevo continente. Junto a su esposo, Fernando II de Aragón, Isabel propició la unificación de España. Además, consolidaron la Inquisición en ese país, decretaron la expulsión de los judíos y presionaron a la población musulmana para convertirse o emigrar. Un ejercicio de limpieza étnica que no desentona tanto, aunque con seis siglos de distancia, con el muro con el que sueña la hasta ahora principal candidata libertaria por la provincia de Buenos Aires.
Reichardt ha tuiteado y hablado varias veces de su anhelo por la construcción de un muro. Para que de un lado queden las personas de bien —a las que considera que representa—, aquellas a las que les gusta, como dice, “el capitalismo de las grandes empresas”. Y del otro queden los negros, los grasas, los kirchneristas, los planeros, los villeros, a los que “les gusta que les roben” y “les gusta ver partir, desde sus casillas, a Insaurralde en un yate”. Generaciones y generaciones de moros y de orcos se saludan a través de los siglos en un imaginario en clave de racismo sin pudores.
Nicolás Márquez considera a Reichardt, textual: “la representación contemporánea de Isabel la Católica o Catalina la Grande. ¡Providencial lidereza para encabezar la cruzada contra las fuerzas de las tinieblas!”. Casi ni vale la pena detenerse en la curiosidad de que un cruzado antiderechos como él haga un uso tan inesperado del lenguaje inclusivo al feminizar un sustantivo que no existe como tal para la RAE (lidereza). Pero eso es apenas un detalle.
Hasta ahí, los argumentos para traficar alguna mística para la candidata son coherentes con las aspiraciones del tipo de “batallas culturales” que libran los ideólogos de la ultraderecha como Márquez, Agustín Laje y tantos más.
Pero las cosas se complican cuando se escarba en el árbol genealógico de Reichardt, cuyo verdadero apellido es Vázquez. ¿En el caso de alguien que asocia etnia con pobreza y criminalidad —y hace responsable a un amasijo de esas tres cosas por los destinos decadentes de la Nación— es una locura ir a pedirle a los genes explicaciones de los comportamientos culturales y sociales?
Karen Reichardt saltó a la fama en los 90, cuando Raúl Portal la invitó a participar en Noti-Dormi. Luego fue tapa de Playboy, y compartió pantalla con Marixa Balli y María Fernanda Callejón en Peor es nada, de Jorge Guinzburg. Integró el elenco de Brigada Cola junto a Guillermo Francella y Emilio Disi, y más tarde se reinventó con Fanáticas y el programa de mascotas Amores Perros, que reapareció durante este gobierno en la TV Pública. Se habla mucho de eso y poco de su historia de vínculos políticos y empresariales.
La historia familiar de Karen Reichardt está ligada a la política que más dice odiar: la institucional, la partidaria, la sindical, la del linaje. Su padre, Eliseo Vázquez, fue apoderado partidario. En 2021 firmó, en representación de su fuerza, la constitución de la alianza “Juntos”, de Mauricio Macri, en la provincia de Buenos Aires. Antes, había transitado por el Frente Renovador. Se mostró crítico del kirchnerismo y contra las políticas sanitarias durante la pandemia.
No es una idea nueva la que pregona la mirada libertaria, y con ella Reichardt: aquella según la cual el progreso de la nación, sólo es posible mediante la expulsión de un sector, un enemigo colectivo, que a lo largo de la historia va tomando distintas configuraciones. En Breve historia del antipopulismo (Ed. Siglo XXI), Ernesto Semán analiza el hilo conductor del odio a lo popular que va del siglo XIX hasta el gobierno de Mauricio Macri. Ante la idea de que la Argentina está fundada sobre un mundo plebeyo amenazante, fueron surgiendo distintos formatos de promesas de defendernos de ese »malón». En un encadenamiento que va de los gauchos a los compadritos, y de los cabecitas negras a los villeros. Y, por qué no, de los choriplaneros a… las actrices con los papeles secundarios del elenco de Brigada Cola.
“Aunque se haga la señora de Nordelta, es fina como sushi de bagre”, se lee en comentarios de sectores que se suponen conectados con lo popular. Hay un sentir de casta intelectual que es transversal a todos los espacios políticos. Apuntar contra Reichardt por su pasado como playgirl o gatita de Porcel es ejercer el mismo modo de pensar que ella expone cuando habla de la construcción de ese muro contra la Argentina plebeya.
Es un dato de la realidad que Karen fue elegida no por su trayectoria en la militancia o sus conocimientos de gestión, sino por la afinidad ideológica que viene expresando con el presidente Milei y por su visibilidad mediática. Pero señalar eso es una cosa y denostarla por cómo se haya ganado la vida hasta ahora es otra.
Identificarla como racista o desclasada es una cosa, acusarla de grasa y que por eso no podría ejercer una función pública es otra. Evitar señalarla, ante todo, por ser un figurín sexualizado es un ejercicio necesario.
Que la principal acusación contra alguien que dice y piensa las cosas que dice y piensa Reichardt no sea su origen en ese mundo-cola-less supone un esfuerzo que vale la pena. Y lo mejor de todo es que hacerlo no significa amnistiarla por todo lo demás.