
El grupito de jubilados de los miércoles se convirtió en la columna vertebral del movimiento. Así han cambiado los tiempos. Miércoles de tragar gases, miércoles de soledad y represión, hasta que se disparó la solidaridad masiva de los hinchas de fútbol. Y otro miércoles vinieron los movimientos sociales y algunas agrupaciones y éste, la CGT y las dos CTA. El jueves, un paro general convocado por una conducción más inclinada al diálogo y la negociación. Y otra vez, posiblemente esta sea la vencida, anunciaron el cierre de una negociación con el Fondo Monetario Internacional cuyas consecuencias, inexorablemente, caerán sobre las espaldas del pueblo, con una inminente devaluación cuando se intente llevar el dólar a una flotación simultánea con el levantamiento del cepo anunciado para el lunes próximo.
El paro tendría que ser motivo de reflexión para el gobierno que tiene a los gremios bajo la amenaza de intervención a las obras sociales y el retiro de la obligatoriedad de los aportes sindicales. Además, no se trata de una conducción alineada con los combativos. Por el contrario, es una conducción que, con la salida de Pablo Moyano, se hubiera sentado en una mesa de negociación.
Pero este gobierno es binario: todo y nada. Adora a un Donald Trump que lo desaira y niega la palabra a los trabajadores, muchos de los cuales lo han votado. Se somete a los intereses del presidente norteamericano, y niega los de los trabajadores representados en sus gremios. Fueron numerosos los intentos fallidos de la CGT para que el gobierno los sentara a una mesa de negociación.
Otra vez los mensajes en las terminales de trenes con una voz robótica que demonizaba a las organizaciones sindicales y al ejercicio del sindicalismo como culpable de todos los males. Un clima futurista y apocalíptico porque había pocas personas y los mensajes se repetían en forma automática en las estaciones semivacías. En los ferrocarriles hubo alto acatamiento. Como en otros paros, parte del transporte hizo huelga y en general, la industria también, pero se sintió poco en el comercio.
Hubo mucho clima de paro. Los anuncios del Indec que minimizan la inflación y el minué de afirmaciones y desmentidas con el Fondo Monetario alimentaron el malhumor de la sociedad. Diez veces anunció el gobierno que el acuerdo estaba cerrado. Con esos anuncios trató de tranquilizar a los operadores del mercado y en general al mundo empresario. Pero al repetir tantas veces la misma cantinela, en vez de tranquilizar, puso en evidencia su fragilidad. Transmitió a la sociedad que la inflación, los salarios y la economía en general, dependían de ese acuerdo.
Los medios, incluso los oficialistas, se hicieron cargo de ese mensaje: el acuerdo o el abismo. El debate transcurrió sobre ese filo. Los medios oficialistas insistían que el acuerdo estaba cerrado sin problemas. Desde la oposición se destacaba los obstáculos que ponían los técnicos del Fondo, lo cual fue real.
En todo caso, unos y otros estaban diciendo que el gobierno se iba al diablo si no conseguía los dólares prestados. Al final, el contenido del debate no fue lo más importante, sino la insistencia por anunciarlo. Le transmitieron fragilidad a esa parte del electorado que mantiene su respaldo a Javier Milei con la ilusión de que finalmente las cosas mejoren y termine con la inflación.
El modelo de acción sindical de esta conducción cegetista está muy relacionado con el humor que olfatean entre sus afiliados y en la sociedad. Muchas veces tienen más puntería que las encuestas. La convocatoria al paro se produjo en paralelo a una tendencia a la baja sostenida de la imagen presidencial.
El documento que fundamentó el paro fue muy duro en términos ideológicos. “Argentina supo ser ejemplo en América de integración y movilidad social ascendente” indicó, para señalar que, en cambio, actualmente el país es “ejemplo burdo de un fanatismo individualista y de una idea de libertad vacía, donde impera el sálvese quien pueda”.
La enumeración de reclamos es prácticamente parte de un programa de gobierno opuesto al libertario: “paritarias libres, homologación de todos los Convenios Colectivos de Trabajo (CCT), aumento de emergencia para jubilaciones y pensiones, actualización del bono –congelado en 70 mil pesos desde marzo 2024– y terminar con la represión salvaje de la protesta social”. Además, exigieron “incremento del presupuesto en educación y salud, un programa de desarrollo de la industria nacional que fortalezca al sector PyME, poner fin a los despidos tanto en el sector público como en el privado y un plan nacional de empleo”.
El planteo se ubica lejos de una mesa de negociación. Es el documento de una central opositora. No se trata de un dato menor. Una parte de la base de esos dirigentes votó a Milei. Lo que pone de manifiesto el documento es la percepción de la conducción cegetista que ese voto se esfumó, por lo menos entre los trabajadores con relación de dependencia.
En el Congreso se dio un proceso paralelo. Algunos de los gobernadores que durante 2024 se mostraron inclinados a la negociación, tomaron distancia del gobierno porque no recibieron lo que se les prometió. Ese corrimiento implicó dos derrotas para el oficialismo. Una de ellas, al conformarse la comisión que investigará a la criptoestafa que involucró a Milei, y la otra, al rechazar los pliegos de Ariel Lijo y Manuel García Mansilla que el Ejecutivo había propuesto para integrar la Corte.
Las encuestas muestran una caída pronunciada de la imagen de Milei, pero el descenso es más leve en la intención de voto. En realidad, los sondeos se han multiplicado y ya muestran resultados para todos los gustos. La imagen de Milei varía entre 35 puntos y 45, según la empresa. Pero ya ninguno se anima a ponerlo cerca, o por encima, de los 50 puntos como a principios de año.
Su imagen y autoestima sufrieron también con la opera bufa que protagonizó en Estados Unidos, guiado por su servil admiración al presidente Trump, que lo despreció con el estilo ramplón de capataz que lo caracteriza. Milei se mostró más como grupie tropical que como presidente argentino. Fue una escena desagradable incluso para sus simpatizantes.
El país se desliza cada vez más rápido hacia las elecciones de medio término, asediado por las dudas que suscita el nuevo acuerdo con el Fondo y por esa necesidad mortal de dólares que mostró el gobierno. Quedó claro que no darán lo que necesita. La incertidumbre es inevitable frente a un panorama donde ya se anuncian nuevos picos inflacionarios después del esfuerzo inaudito que sufrió la sociedad. A pesar de todo el sacrificio, más inflación. Es el fantasma que el gobierno ya no puede o no le interesa alejar.
Un escenario que va de negro a más negro. Cuando se firme el acuerdo, el ministro Luis Caputo irá de salida, según versiones que surgen en Casa Gobierno. Hay otro ministro en capilla, que es el canciller Gerardo Werthein a quien responsabilizan por el viaje atropellado de Milei a Mar-a-Lago. En ambos casos será la admisión de un fracaso, y más en el de Caputo, sin que los nombres que circulan para reemplazarlo produzcan la más mínima ilusión. En este momento, cualquier cambio que se anuncie producirá temor. Siempre se puede estar peor. El plano internacional no ayuda, con el amigo de Milei, el presidente Donald Trump interesado solamente, como dijo en un acto público, que los demás gobernantes del planeta le “besen el trasero”.