«Cada vez que abrían la puerta de la celda sentía un temblor, como una convulsión en el cuerpo» | Ronda de testimonios en el marco del juicio oral contra cinco genocidas de la Fuerza Aérea


Beatriz Boglione se exilió en Suecia no bien la “soltaron” de Mansión Seré, uno de los centros clandestinos donde estuvo secuestrada durante la última dictadura cívico militar, en el oeste del Conurbano bonaerense, y desde entonces hasta bien entrado el nuevo siglo su estrategia fue “tapar”. “Una parte mía decía esto no sucedió, esto lo tapo. Mi familia tuvo la misma estrategia y fue lo peor, porque quedamos todos enfermos. Yo creía que me liberaba, y al contrario, fue como encadenarme”, declaró esta mañana en el juicio de lesa humanidad que la Justicia federal de San Martín le sigue a cinco integrantes retirados de la Fuerza Aérea por los crímenes que sufrieron ella y otras decenas de personas durante la dictadura.

“Mafalda”, como era el sobrenombre de Beatriz durante sus años de militancia, aun no puede recordar plenamente las torturas y violaciones que sufrió durante su cautiverio clandestino. Y así lo aclaró al comienzo de su testimonio ante el Tribunal Oral Federal número 1 de San Martín, el primero de la octava jornada del juicio por los crímenes del circuito represivo que en la zona Oeste del Conurbano regentó la Fuerza Aérea. “Quiero aclarar que hay ciertas partes que puedo relatar cronológicamente y otras que aparecen como secuencias, como flashes, como fotos, no sé en qué orden están. Hay ciertos momentos en que veo una pared negra supongo que detrás de eso hay un trauma”, advirtió después de confirmar su nombre. El testimonio fue transmitido por el medio comunitario La Retaguardia. También los de la cuñada de Boglione, Graciela Feudo, y de Mario Bellene, hijo de Mario Sánchez, detenido desaparecido, y Coca Miguens, sobreviviente.

Las violaciones a los derechos humanos que sufrió en la Comisaría 1ra de Moreno y en Mansión Seré integran la acusación que recae contra los acusados integrantes retirados de la Fuerza Aérea Juan Carlos Herrera, José Juan Zyska, Ernesto Rafael Lynch, y Julio César Leston. También es acusado en el debate Juan Carlos Vázquez Sarmiento, cabo principal de inteligencia retirado de la Fuerza Aérea, acusado de crímenes sucedidos en la Regional de Inteligencia “Buenos Aires”.

El 14 de abril de 1977, Boglione se encontraba, como todos los días hábiles, trabajando en la joyería de su papá, en el centro de la localidad de Moreno. A media mañana irrumpió en el local una patota de “militares vestidos de fajina”. Con una de sus armas largas le apuntaron a ella en la cara. “Quién es Bety”, preguntaron. “Éramos dos Betis. yo y Beatriz Medinilla”. Se las llevaron a las dos. En el local quedaron su padre, a quien secuestrarían una semana después, y su tío. En la calle, “el operativo era impresionante, cubría cuadras. había un helicóptero. Frente al negocio estaban las tres camionetas que siempre andaban juntas por Moreno, ‘las tres Marías’”, recordó la sobreviviente en referencia a los vehículos en los que se movía la patota de la Brigada Aérea de Moreno.

A ella le vendaron los ojos y la subieron a una de las Tres Marías; a la otra Beatriz a otro. “Y ahí viene la primera cortina negra”, apuntó Boglione para graficar la primera interrupción de los hechos que le devuelve su memoria. Su cuñada es quien la ayudó a rearmar las piezas. “Yo le conté todo a mi cuñada cuando me largaron y después lo borré”, aclaró. El relato que le devolvió su cuñada indica que entre el momento en que la llevaron de la joyería de su padre y la parada que hicieron en la casa de su madre, a las Beatrices las sometieron a un simulacro de fusilamiento para que dijeran “quién era Mafalda. Y mi cuñada me dijo que yo le conté que cuando escuché el cargador de un arma les dije que Mafalda era yo”.

“Perdiste, Mafalda”

Entre mediados de 1972 y 1975, Boglione fue “Mafalda”, una joven militante de su barrio. Desde la casa de su mamá la llevaron a la Comisaría 1ra de Moreno, en donde la depositaron en una celda. Allí volvieron a identificarla. “Me ponen a mí y a quien yo creo que era Beatriz Medinilla al lado mío. Yo sentí que se abría un pestillito y que alguien me señala. Luego de eso se la llevan a Betty y alguien pone una mano sobre mi hombro izquierdo y me dice “perdiste, Mafalda”. Entonces la llevaron a interrogar.

El primer interrogatorio lo recuerda sin golpes, cuando recuerda que se propuso explicarles a sus captores que había sido militante entre el 72 y el 75, pero que desde entonces “había abandonado toda actividad política, y que ahora trabajaba de mañana y estudiaba a la tarde”. La devolvieron a la celda.

El segundo interrogatorio fue diferente. “Me hacen subir unas escaleras bastante altas y angostas, me llevan a un primer piso, se abre la puerta y me dicen que me saque la venda. Allí veo a una persona de apellido Iborra”, quien, según indicó, ella conocía bien. “Siempre andaba muy bien vestido, todos sabíamos que trabajaba para la Policía, pero nadie sabía que función cumplía. Nos conocía por el negocio”, contó. En aquel primer piso, Mafalda lo ve “haciendo que lee un diario”. “Me mira y me dice ¿sabés lo que es esto? esto es una picana, ¿la querés?”, reprodujo. Y de nuevo todo se vuelve negro, según relató, Beatriz no sabe “qué pasó después”, si la torturaron o no. Lo que sí confirmó es que “en el algún momento” dio los nombres de dos compañeros suyos de militancia: Faustino Altamirano, a quien conocía como «Salta», e Indalecio Fernández, como «el Paragua». “Es una culpa que arrastro hasta el día de hoy”, soltó la sobreviviente.

Altamirano y Fernández sobrevivieron también. Los dos estuvieron cautivos en el mismo lugar que Boglione, al igual que Mario Sánchez, alias “Pancho”, a quien la patota empaló por no haber aguantado las ganas de ir al baño. “Salta” se cruzó con Mafalda en ese campo de concentración y la insultó. “Mafalda la puta que parió, por qué me tuviste que cantar”, le dijo. Beatriz no emitió sonido. Muchísimos años después, en 2011, la mujer se reencontró con Altamirano. Fue gracias a él que recordó que había sido abusada. En el reencuentro se abrazaron y lloraron juntos. Beatriz le pidió perdón. “Él me dijo ‘tranquila, Mafa, yo sé lo que te hicieron, yo ví cuando te violaban. Para mí fue un balde de agua fría porque no me acordaba de eso”. Su cuñada le confirmó que a ella sí se lo contó. Lo que sí recordó la testigo fue la sensación de “temblor casi como una convulsión” que la invadía cada vez que se abría la puerta de las celdas. “Yo lo asocio con que eran los momentos en los que venían a violarme”, apuntó.

En la Comisaría 1ra de Moreno no comió casi. Tampoco de beber. La amenazaron con picanear a su padre, a quien secuestraron una semana después de su caída. Recordó al comisario Omar Hernández, como cómplice de los crímenes de lesa humanidad que sucedían allí, quien “sabía lo que pasaba ahí adentro, quien era el responsable de ese lugar”, y que “lamentablemente falleció impune”, y al policía José Alves, a quien señaló como “muy amable”.

Días después, Mafalda fue trasladada a Mansión Seré, donde también la golpearon, la picanearon, la manosearon. No recuerda bien la fecha, pero calcula que para el 20 de mayo de 1977, fue liberada bajo control. En su memoria quedaron las palabras de quienes decidieron su destino: “Te vamos a liberar pero te vamos a ir controlando. El día que te desvíes nos vamos a hacer presentes y no te vamos a volver a llevar, te vamos a hacer boleta», recordó. La liberaron en la calle, tabicada, con golpes en todo el cuerpo. Volvió corriendo hasta su casa. Dos días después, liberaron a su padre. Ella pudo contarle todo lo sufrido a su cuñada “y nunca más toqué el tema”. Se exilió en Suecia, intentó insertarse, no lo logró. “Me jubilaron tempranamente y ya no pude trabajar más, quedé traumada”.



Fuente: www.pagina12.com.ar

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