Lo que define a las distintas ultraderechas en el mundo es la voluntad de destruir a los débiles bajo la apariencia de gobiernos democráticos. El ejemplo más consumado de esta cuestión es Gaza: un gobierno que simula ser democrático organizando un exterminio.
No se trata de los históricos gobiernos que eran directamente totalitarios sin disimular su condición infernal. La actual voluntad de exterminio de los débiles, así como la servidumbre obscena a los ricos, está determinada por una razón material clave: no repartir más el excedente del capital para proteger a los vulnerables y los trabajadores.
Para realizar esta operación en un mundo de apariencias democráticas es necesario congelar las almas de vastos sectores de la población y volver a los políticos negociadores de grandes proporciones de seres humanos.
Para ello ha sido necesaria una mutación antropológica que comenzó con la pandemia, lugar principal donde se constituyó el agujero por donde se coló la locura en la vida política. Para que pueda suceder semejante intervención sobre la vida social es necesario que las clases explotadas, por supuesto fragmentadas, no encuentren ninguna posibilidad inmediata de constituirse o bien en un sujeto histórico o bien la construcción de una lógica hegemónica que logre por fin articular en un mismo proyecto a los distintos fragmentos que la devastación neoliberal no ha logrado destruir del todo.
La ultraderecha nunca es solo un partido, es una metodología transversal que intenta potenciar el odio y la simplificación de los razonamientos políticos al servicio del capitalismo posdemocrático .