¿Cómo saber si estamos mejor? PBI, bienestar y desarrollo


El año pasado escribí por qué el índice de precios no refleja el costo de vida. Para la economía y la política convencional, el pensamiento dominante y los medios de comunicación la evaluación de la mejoría de la sociedad se reduce al nivel de la inflación y al crecimiento del PBI.

La pregunta es, ¿alcanza con que crezca el PBI para estar mejor? ¿Quiénes están mejor? No hay dudas que un crecimiento sustentable es positivo, pero ello por sí solo no implica automáticamente una mejora en el bienestar.

Así por décadas se tomaba el PBI per cápita como “tabla de posiciones de los países”. Variable que surge de tomar el valor del producto total de un país dividido por el total de su población. Según este indicador en 2022 Luxemburgo es el país más rico del mundo. Pero Suiza y Noruega en 5° y 6° lugar están por detrás de países como Singapur y Qatar.

El PBI per cápita es un indicador que tiene diversos problemas. Es un promedio que no toma en cuenta la distribución de la riqueza, refleja solo el valor de ingresos monetarios en dólares y no el acceso a otro tipo de prestaciones (ejemplo servicios gratuitos o subsidiados). No es lo mismo el ingreso necesario si se dispone de educación, salud y seguridad pública adecuada que si hay que pagar para gozar de esos derechos.

Efectuar comparaciones en dólares corrientes tampoco nos permite evaluar si los ingresos (contrapartida del producto) alcanzan para cubrir el costo de vida.

Por eso es importante considerar el PBI corregido por la paridad del poder adquisitivo (PPA) para comparar el acceso efectivo a consumo de bienes y servicios a nivel global.

En Argentina una apreciación del tipo de cambio implica en el presente un mayor PBI per cápita en dólares, ¿ahora eso implica que estemos mejor? ¿Cómo se reparte ese bienestar? ¿Es sustentable esa posición cuando el tipo de cambio se corrija y achique el valor del PBI?

Un ejemplo: si bien en 2024 los sueldos de los trabajadores registrados subieron en dólares por la apreciación cambiaria un 31,7%, y las jubilaciones mínimas un 18,2%, el costo de bienes y servicios subió mucho más en dólares (43,7%) que dichos ingresos.

Fuera de las estadísticas tradicionales hay un indicador muy popular: el “índice Big Mac” que elabora la revista “The Economist” que refleja que el costo de dicha hamburguesa en diversos países estando Argentina entre los más caros del mundo. En septiembre la Argentina ocupaba el cuarto lugar de carestía solo superado por Suiza, Noruega y Uruguay, con sueldos muy por debajo de los países del primer mundo.

Este no es un ejemplo aislado, es muy evidente el alto costo de los productos en Argentina si se compara internacionalmente por un conjunto de factores (apreciación cambiaria, impuestos, elevada incertidumbre, elevados márgenes de ganancia en ciertos sectores, prácticas monopólicas y escasa competencia, falta de escala de producción, retroceso tecnológico, crédito caro e insuficiente, etc.). El turismo de compras en países vecinos y el crecimiento del comercio electrónico en consumos importados reflejan tal realidad.

Para buscar una alternativa al PBI como indicador de “felicidad”, las Naciones Unidas desarrollaron en 1990 el índice de desarrollo humano (IDH) que es un indicador, que además del PBI considera otras dos variables la expectativa de vida y los años de escolaridad. Si se considera el índice de desarrollo humano, 12 de los primeros

15 países corresponden a Europa y los otros tres son de Asia y Oceanía. Canadá aparece recién en el puesto 18 y Estados Unidos en el 20.

Argentina es el segundo país de América latina y está considerado como un país de alto desarrollo humano. Pero como señalamos el PBI es un promedio y no se mide la desigualdad, aunque el IDH sea más abarcativo con dos variables no monetarias.

Pero la dinámica del IDH marca un retroceso. Argentina tuvo un crecimiento anual medio del IDH entre 1990-2022 de 0,50% y no solo estuvo debajo del crecimiento global (0,65%) sino del de América Latina (0,57%).

Para ver la distribución del crecimiento Naciones Unidas creó posteriormente el índice de desarrollo humano corregido por desigualdad. Si se toma este indicador Argentina pierde varias posiciones.

Si tenemos en cuenta no solamente la brecha de desigualdad y se tiene en cuenta el índice de desarrollo humano con perspectiva de género, no se observaban diferencias sustanciales en el ranking del país en 2022.

Pero si se tiene en cuenta un indicador más reciente el índice de desigualdad de género que toman en cuenta tres factores fundamentales: en primer lugar, cuestiones sanitarias que tienen que ver con el embarazo prematuro y la mortalidad, el empoderamiento económico de las mujeres incluyendo el acceso a puestos de dirección y el grado de actividad y participación de la mujer en la economía de un país, los resultados son diferentes y la posición de Argentina empeora.

Así si se toma el PBI per cápita Argentina está en el puesto 63 a nivel mundial, mejora al puesto 48 en el índice de desarrollo humano (tomando los últimos datos disponibles de 2022 del informe 2023-2024). El país está 43 si se corrige el IDH por desigualdad y retrocede hasta el puesto 71 si se considera el índice de desigualdad de género.

Claramente hay mucho por hacer para cerrar estas brechas tanto la desigualdad en la distribución de la riqueza como en la brecha de género. Hay que tener en cuenta que son datos de 2022 (los últimos disponibles).

Lo ocurrido en 2023 y 2024 incluyendo tanto las políticas macro llevadas a cabo, como el fuerte retroceso en las políticas públicas que influyen sobre la expectativa de vida, acceso a la salud, educación, factores redistributivos, especialmente sobre sectores vulnerables preanuncian un empeoramiento absoluto y relativo de bienestar y desarrollo humano.

Si bien el IDH y sus derivados son superadores del PBI per cápita, se siguen buscando indicadores mejores. Por ejemplo, la construcción de “índices de felicidad”. Uno de los primeros fue encargado por el rey de Bután a diversos economistas del mundo para llevar a cabo en su reino.

“Felicidad” que no implica solo el acceso a bienes de consumo, sino que incluya cuestiones integrales que hacen al bienestar, tan diversas que incluyen desde la libertad en la toma de decisiones y el consenso social hasta la “salud mental” de la población. Retomando la eu daimon aristotélica.

Hay diversos índices de la felicidad. Finlandia encabeza el ranking global a pesar de que esté en el puesto 20 en el ranking de PBI per cápita.

Diferentes culturas valoran cuestiones que hacen a la calidad de vida, incluyendo el tiempo de ocio, la calidad institucional y el grado de participación de la ciudadanía en los asuntos públicos.

En América Latina recogiendo la tradición de los pueblos originarios se ha actualizado el concepto andino del “buen vivir” que incluye tanto cuestiones individuales como colectivas. Lo que implica ser parte de una comunidad, tener tiempo libre para compartir con los afectos y encontrarse con uno mismo, una vivienda digna, vivir en forma segura y en un marco de una comunidad que genere lazos de solidaridad, además del cuidado de la naturaleza y del entorno en que se vive. Un paradigma diferente al consumismo y al individualismo que no necesariamente genera ni felicidad ni bienestar.

Para evaluar si estamos mejor como sociedad no solo debemos ver las estadísticas nacionales, los promedios de PBI, sino un conjunto de variables cualitativas que incluyan tanto la esfera individual, sino lo social, lo colectivo.

No alcanza con tener un buen ingreso si no hay buena infraestructura física y de servicios, si hay violencia y marginalidad. No es solo un tema de sensibilidad individual, hablamos de racionalidad económica. La historia demuestra que el deterioro económico y social afecta al conjunto de la sociedad en el futuro.

Por eso hay dos dimensiones centrales, para determinar nuestro bienestar una es la esfera de la producción y el trabajo. La otra es la distribución eficiente y justa de bienes y servicios individuales y colectivos.

Lo que está en riesgo no es solo el empleo y el salario sino una serie de derechos fundamentales, cuya defensa en muchos casos hablamos de derechos consagrados en la Constitución y en las leyes dependerán de la “batalla cultural”. Batalla que se dirimirá en el grado de conciencia de recuperar un sentido colectivo y el valor de lo público, más allá de corregir sus malformaciones, corruptelas e insuficiencias.

No se trata de licuadoras o motosierras; se trata de correcciones quirúrgicas, precisas, justas y de construir no de destruir. Se trata de tener buenos indicadores y políticas para un crecimiento con equidad.

El individualismo como valor supremo solo permite que unos pocos puedan “vivir bien”. La mayoría de las personas depende de que haya instituciones y un Estado que asegure que los derechos civiles, sociales y económicos sean respetados. Un contrato social de convivencia democrática con justicia social y no la ley de la selva. Reglas que eviten que los más feroces y poderosos se coman al resto.





Fuente: Ambito

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