Gordon Gekko: Nunca. Aunque no fue la primera vez que un presidente concurrió a la sede del banco central, sino la cuarta. Franklin Roosevelt fue el primero, cuando se inauguró el edificio principal (hoy llamado Eccles) que ahora está en refacción. George W. Bush había sido el último en 2006, al asumir Ben Bernanke.
P.: Y, ciertamente, no para criticarlo.
G.G.: Bush, al igual que Gerald Ford, en sus visitas a domicilio, ponderaron especialmente la independencia del banco central. Tanto del Congreso como del presidente.
P.: Eran otros tiempos.
G.G.: La independencia es una idea relativamente reciente. Si bien el Tesoro y la Fed llegaron a un acuerdo para establecer una clara división de tareas en 1951, la injerencia del Ejecutivo no desapareció en el acto, sino mucho después. En los años 60 los cortocircuitos del chairman William Mc Chesney Martin con los presidentes Johnson y Nixon fueron notables. Nixon lo reemplazó y puso a Arthur Burns en su lugar, e impuso su influencia, lo que terminó muy mal.
P.: Con una inflación de doble dígito. La historia, por supuesto, no tiene porqué repetirse. Me imagino que ése será el mensaje de la reunión. Y que Powell lo enfatizará en la conferencia de prensa. La política monetaria discurre por un carril distinto de las preferencias del poder político.
G.G.: Eso está claro. Ha sido así hasta el presente. La duda tiene que ver con la votación detrás de la decisión que se adopte. Habrá como mínimo un disenso. El gobernador Waller ya anticipó su posición. Quiere una baja preventiva de un cuarto de punto. Que haya una disidencia no es muy común en los usos y costumbres de la Fed. Que un gobernador discrepe sucedió solo 4 veces desde 2000. La última vez le ocurrió también a Powell con Michelle Bowman en 2024. Y quizás Bowman repita. Dos disidencias de gobernadores -son siete, incluyendo al propio Powell- debería tomarse como un presagio sobre el desenlace de la reunión de septiembre.
P.: ¿Y si aparece alguien más? ¿Si son tres o más?
G.G.: Sería visto como un cuestionamiento serio a la conducción de Powell. Como un motín a bordo.
P.: ¿Nunca ocurrió?
G.G.: En el Banco de Inglaterra no es inédito que el chairman pierda una votación. Y, luego, la vida continúa pacíficamente. Pero, la Fed tiene otra tradición. Y no es porque sus miembros hayan coincidido siempre y en todo momento. No, eso sería imposible. Pero a la hora de votar, las diferencias se liman de antemano y prevalece la postura del jefe por abrumadora mayoría. En todo caso, en la siguiente reunión, su posición se modifica y se produce un cambio consensuado y sin grietas visibles.
P.: Dada la presión extraordinaria que ejerce Trump públicamente, una votación dividida -y alejada de los modos que cultiva la tradición- sembraría la sospecha de que Trump ha conseguido infiltrar su influencia en el Comité que define la política monetaria.
G.G.: La data no justifica el revuelo de una mudanza urgente. Así que esa interpretación sería difícil de desmentir.
P.: ¿Cree que Powell tendrá la cintura política necesaria para evitar un exabrupto interno y, en todo caso, si existe un nuevo sesgo bajista marcado, “telegrafiar” una probable reducción de tasa en septiembre?
G.G.: Si fuera el caso, si hubiera más voces a favor de bajar la tasa que en la reunión de junio (según lo que revelaron las minutas), esa sería la solución prolija, de manual. Lo más probable es que haya un consenso en la conveniencia de tomarse más tiempo. En septiembre, la decisión podrá resolverse habiendo visto dos meses más de lecturas de inflación y de empleo. Un poco antes, incluso, hacia fines de agosto, entre el 21 y el 23, la Fed celebrará su simposio anual de Jackson Hole. Allí Powell podría explayarse con gusto sobre la visión estratégica de la Fed y adelantarnos los cambios.
P.: Que fue lo que hizo el año pasado cuando anticipó la primera rebaja de tasas. Que fue muy agresiva, medio punto de un plumazo.
G.G.: Tal cual. Yo diría que la novedad hoy no debería ser tanto lo que haga la Fed sino el Tesoro, considerando el protagonismo que Trump y el secretario Bessent ejercen en la zona fronteriza entre sus responsabilidades fiscales y las del banco central.
P.: ¿Qué quiere decir?
G.G.: Bessent anestesió a los “bond vigilantes” con la promesa de sesgar la refinanciación del Tesoro hacia las letras de corto plazo. Hoy debe revelar los detalles precisos. No será sencillo cumplir la promesa, porque el programa de emisión trimestral de deuda es enorme. Hay que colocar un poco más de un billón de dólares en nuevos papeles.
P.: Eso es más de la mitad del déficit fiscal de todo el ejercicio anual.
G.G.: Sí, hay que reponer la caja que se consumió por culpa de la disputa por el “techo” de la deuda pública.
P.: Si se distribuye demasiado papel en letras de corto plazo, ¿se puede complicar su absorción? ¿Pueden subir las tasas de corto si hay dificultades en su digestión?
G.G.: Sí. Por eso se entiende la presión formidable sobre Powell. Si la Fed recorta las tasas, esa colocación se facilitaría a un rinde más bajo.
P.: Y si Bessent elige un mix más equilibrado en materia de plazos, quizás decepcione a los tenedores de bonos y alimente un salto de las tasas largas.
G.G.: El salto que uno hubiera esperado cuando se discutía el paquete fiscal, por ejemplo. No obstante, Bessent tiene una carta-comodín para amortiguar una mala recepción.
P.: ¿Cuál?
G.G.: La recaudación extra que le produce la suba de aranceles. Fueron casi 23 mil millones de dólares en mayo, y 27 mil millones en junio. Y marcha en rápido ascenso. Se podría achicar el menú de colocaciones si se agitan mucho las aguas. Antes que Trump quiera gastar el dinero.