Los mercados, que al espantarse en abril le torcieron el brazo a Trump, ahora miran otra película. El casting para suceder al titular de la Fed se convertirá en una carrera contra el reloj. La economía se enfría, los precios se recalientan. Es la magia de los aranceles.
Al final, Trump no arrugó. Sí dio marcha atrás con los aranceles recíprocos en abril y mayo, y cedió ante China. Pero no se rindió. Embistió de nuevo el mes pasado y se salió con la suya. No encontró demasiada oposición ni represalias. Y los mercados, que al espantarse en abril le torcieron el brazo, ahora miran otra película y lo dejaron hacer. Las consecuencias de su cruzada comercial unilateral están a la vista. Una nueva orden ejecutiva, que entrará en vigencia el jueves, le impone gravámenes a las importaciones provenientes de 69 socios comerciales en un rango que va de 10% a 41%. Brasil sobresale: pagará 50%, aunque con varias excepciones. La recaudación pertinente que trepó de un promedio mensual de u$s7.000 millones en 2024 a u$s27.000 millones en junio último se acrecentará. El arancel universal de 10%, establecido el 2 de abril, ahora solo regirá para aquellos países que tienen déficit comercial con los EEUU. Otros cuarenta que gozan de superávits oblarán 15%. Y una docena tributará más, supuestamente, por su trato desigual o la incidencia mayor de sus cifras. O por capricho personal, como Brasil, un país con balanza deficitaria bilateral por décadas. Es una nueva geografía económica que lleva su firma inconfundible.
Trump no arrugó. La Unión Europea, sí. Washington le aplicará una alícuota de 15% a las exportaciones de su principal socio comercial, salvo las de acero, aluminio y productos farmacéuticos (alcanzadas por regímenes sectoriales más gravosos). Bruselas no modificará los suyos ni tomará represalias. Y, según el presidente, se compromete a adquirir u$s750.000 millones en energía de los EEUU y a realizar inversiones allí por u$s600.000 millones. En el comercio, o en cualquier otra actividad, la letra chica de los contratos es esencial para dimensionar las verdaderas condiciones impuestas. Y aquí no hay ni un solo papel a la vista. Pero la imagen de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, acordando con Trump en un campo de golf escocés, Turnberry, propiedad del magnate, es la de una rotunda claudicación. “Sumisión”, dijo el primer ministro francés. Es lo mejor que se pudo conseguir, fue la explicación oficial.
El casting para elegir al sucesor de Powell
Un Trump omnipresente ocupa el centro de la escena. La política monetaria no es su responsabilidad, pero sí otra de sus obsesiones. Inspeccionó la sede de la Fed una semana antes de la reunión del comité de mercado abierto y exigió explicaciones por las facturas de gastos. Dos semanas antes, difundió la determinación de despedir a Jerome Powell, su titular, a quien maltrata hace meses en aras de que gatille una rebaja drástica de tasas de interés. Powell no arrugó. La Fed mantuvo las tasas sin cambios en el rango 4,25%-4,50%, aunque se le frunció la unanimidad. La votación se resolvió 9 a 2 (con la ausencia de la gobernadora Adriana Kugler). Desde 1993 no se registraban dos disidencias, como la de los gobernadores Waller y Bowman, proclives ya a iniciar la senda de una reducción gradual (con argumentos razonables). Si desde esta columna se temía que en el cónclave estallara un motín que cuestionara el liderazgo de Powell, tal cosa no se produjo. Pero Trump lo incitó a posterioridad. «Jerome ‘Demasiado Tarde’ Powell, un TERCO IDIOTA, debe bajar sustancialmente las tasas de interés, AHORA. ¡SI SIGUE NEGÁNDOSE, LA JUNTA DEBERÍA TOMAR EL CONTROL Y HACER LO QUE TODOS SABEN QUE DEBE HACERSE!», posteó textual en Truth Social.
El viernes la gobernadora ausente Kugler presentó su renuncia, seis meses antes de la finalización de su mandato. El presidente es quien tiene la facultad de designar a su reemplazo, sujeto a la aprobación del Senado. Se adelanta así la posibilidad de que ubique a una persona afín en la Junta de Gobernadores, con voz y voto para la toma de decisiones. Por dar un ejemplo, los dos disidentes fueron nombrados por Trump en su primer período. El propio Powell, ungido por el presidente Obama como gobernador, fue luego designado al timón de la Fed por Trump en lugar de Janet Yellen. Sin embargo, tres nominaciones suyas de flojos antecedentes -las de Judy Shelton, Stephen Moore y Herman Cain- no fueron nunca confirmadas por el Senado, y las retiró. Es público que el proceso de selección de candidatos para sustituir a Powell ya comenzó. Es una danza de nombres que incluye a Kevin Hasset, el exgobernador Kevin Warsh y hasta al secretario del Tesoro, Scott Bessent (quien está dispuesto a asumir una doble función si Trump lo quiere allí). El casting se convertirá en una carrera contra el reloj. Trump intentará sentar al elegido en la próxima reunión del 16 y 17 de septiembre para que tome “el control de la Junta”. Desde los tiempos de Richard Nixon en los convulsos años 70 que la independencia de la Fed no sufre semejante asedio.
La que sí arrugó es la economía
Trump no arrugó. Powell, tampoco. Pero la economía, sí. Después de todo, las Trumponomics suponen un shock estanflacionario (aplicado, eso sí, sobre una economía rozagante). Y las huellas dactilares de la suba de aranceles y las restricciones migratorias ya están presentes con suma claridad en la última horneada de indicadores. Nada más categórico que el informe de trabajo. Se esperaba una creación neta de empleos en exceso de 100 mil en julio, y fueron 73 mil. Pero, las estimaciones de los dos meses previos se hundieron a plomo tras el procesamiento de mejor información documental. Los 144 mil apuntados en mayo se revisaron a 19 mil. Y los 147 mil de junio, a 14 mil. El promedio mensual desensilló de 168 mil en 2024 a 85 mil en lo que va del año. Los últimos tres meses: apenas 39 mil. La tasa de desempleo subió levemente a 4,2% porque no solo cae la demanda laboral. También se contrae la oferta de mano de obra extranjera, y de manera vertical. De haberse mantenido la participación laboral de comienzos de año, rondaría 4,9%. La reacción inmediata de Trump fue despedir al mensajero. El presidente está orgulloso de su siembra, pero reniega de los resultados que cosecha. Así, la responsable de la agencia estadística, Erika McEntarfer, desde el mismo día de la publicación del informe, es otra desocupada más. Atención: esta es la agencia que también calcula la inflación al consumidor.
La economía se enfría, aunque no tanto como el empleo. El PBI creció 3% en el segundo trimestre. Venía de caer 0,3% en el primero. La variabilidad extrema se explica enteramente por la incertidumbre arancelaria. Las importaciones de bienes se anticiparon. Crecieron 51% en el primer trimestre para esquivar los tributos, y se retrajeron 35% tres meses más tarde. Conviene promediar las cifras y aun así tomarlas con pinzas. No obstante, el daño es evidente. Las ventas finales internas -que crecían a 3,2% en el bienio 2023-2024- se desaceleraron a 1,3% en el primer semestre. Asustar al consumidor -y hasta mayo, por lo menos, Trump lo aterró- nunca pareció muy atinado. Si se mira su gasto en servicios -el componente más rígido del consumo privado- pasó de crecer a 2,9% el último bienio a solo 0,9% el primer semestre. Trump se entusiasma con la recaudación creciente de los aranceles y quiere aumentarla más. Pero, ¿quién paga la cuenta? Los extranjeros, dice el presidente. El consumidor tiene otra presunción. A la larga, esa factura le está destinada. A la corta, su ingreso real disponible cayó más de 1% en mayo y no repuntó en junio. Y ya se mencionó el frenazo en el mercado de trabajo. No será fácil convencerlo, pues, de que no deberá cargar con el muerto.
La magia de los aranceles
La economía se enfría, los precios se recalientan. Es la magia de los aranceles. Y es lo que demora la baja de tasas que la Fed anotó como tarea por hacer en su mapa de puntos. La medición favorita del banco central -el deflactor del consumo personal- trepó 0,3% en junio, la lectura más alta desde febrero. La inflación de los bienes aumentó 0,4% y comienza a reflejar el pasaje a precios de los mayores aranceles, lento pero seguro. Ancladas con firmeza las expectativas de inflación, el proceso debería ser un aumento de precios por única vez. Su reverberación actual en los registros de inflación debería desaparecer el año próximo. Pero hay que dejar que la Fed tome recaudos y opere a su leal saber y entender. Y no someterla a un bombardeo constante que dañaría su credibilidad si libremente resuelve la conveniencia de bajar de prisa las tasas de interés.
En esta encrucijada, ¿qué hará la Fed? Recortar las tasas es la hoja de ruta prevista. Lo que se debate es el momento de comenzar una reducción gradual que resguarde el cumplimiento de su mandato dual, hoy amenazado tanto por la desaceleración del mercado laboral como por la suba de precios que impulsan los aranceles en alza. Powell dejó muy en claro que no hay una decisión tomada para la reunión de septiembre. En la coyuntura, la Fed es particularmente data dependiente. Pero, lo señaló antes de conocer la fulminante trifecta adversa del informe de trabajo. Por eso, y no por la insistencia de Trump, los futuros de Chicago ajustaron su visión. Y llevaron las chances de una baja de tasas en septiembre de una en tres a 90%. A fin de mes, en el simposio anual de Jackson Hole, Powell nos hará saber si es así o si tiene reparos y debe corregirnos.