La principal preocupación, hoy, es saber si el índice S&P 500 se hará tiempo para cruzar el umbral de los 7 mil puntos antes de fin de año.
La economía ruge con fiereza. La Bolsa festeja (y los bonos, luego del informe de inflación, no se quejan). Los problemas – los existenciales y los demás – pueden esperar hasta 2026. Ahora es el turno del rally de Papá Noel. Su trineo arribó puntual a Wall Street, después de dos años de ausencia. Los regalos están a la vista. Nuevos récords en las acciones y en los metales adornaron la Nochebuena. A la par, el presidente Trump estrenó una nueva regla para la política monetaria. “Quién esté en desacuerdo conmigo no podrá presidir nunca la FED”. A nadie le quita el sueño. De momento, la conduce Jerome Powell a su leal saber y entender. Seguro, su mandato expira en mayo, y la regla lo expulsará. Pero 2026 es el largo plazo. La principal preocupación, hoy, es saber si el índice S&P 500 se hará tiempo para cruzar el umbral de los 7 mil puntos antes de fin de año.
Estados Unidos creció 4,3% en el tercer trimestre. Que lo sepamos ahora, a punto de culminar el cuarto, no rebajó el impacto de la noticia. Y la inflación, según una medición precaria por culpa del “shutdown ”, se desaceleró en octubre y noviembre. Son novedades recibidas con entusiasmo. Es que un berrinche de las tasas largas podía estropear el espíritu navideño. Pero primero se conoció el sosiego de los precios (aunque ocurrió a posteriori), un bálsamo para los bonos. Después se reveló la pujanza inusitada de la actividad económica de julio a septiembre, y ya se había probado inocua para la marcha ulterior de la inflación. El orden de los factores fue todo ganancia para el rally de la Bolsa. Que, dicho sea de paso, ya facturó esa fortaleza en la fuente, tras reconocer su huella profunda a lo largo de la temporada de balances del tercer trimestre. El aumento interanual de 13,6% en las utilidades por acción del S&P 500 (cuando se esperaba menos de 8%), por cierto, no brotó de un repollo. Tampoco la expectativa de un avance de 15% para 2026.
La Bolsa debe agradecer las atenciones recibidas por la Reserva Federal. A la sazón, las tres bajas sucesivas de tasas de interés iniciadas el 17 de septiembre (con una economía, como se vio, exuberante al extremo). Una realidad increíblemente bipolar justifica, en la visión de Jerome Powell, esa intervención reiterada. Mientras la actividad recalentaba motores al rojo vivo, el empleo se desplomó. La FED cree que a razón de 20 mil puestos netos por mes desde abril, Powell dixit el 10 de diciembre (aunque no es lo que señalan las cifras oficiales). Nadie ignora que la oferta de trabajadores se contrae por la feroz política inmigratoria de Trump. Sin embargo, la demanda laboral cae aún más rápido. En consecuencia, la desocupación saltó de 4,1% en junio a 4,6% en noviembre. Se diría que es el lado oscuro de la luna; pero no, es la otra cara de la misma moneda.
¿Cómo se compatibiliza esa debilidad manifiesta con una economía tan pujante? No se sabe a ciencia cierta. Su atribución a la inteligencia artificial es la respuesta-comodín de estos tiempos extraños. Pero la baja de tasas, sin dudas, facilitó la convivencia. Quién sabe qué hubiera ocurrido ese viernes 21 de noviembre si John Williams, de la FED de Nueva York, no sustraía a Wall Street del ataque de nervios apuntando con firmeza que la baja de tasas de diciembre era aún posible pese a toda la oposición interna. La FED sumó dos ayudas más. Canceló el QT, la venta de bonos en cartera y la consecuente reducción de la liquidez, a partir del 1 de diciembre. Y, desde el 12 de diciembre, se pasó al otro lado del mostrador. Ya no retira liquidez sino la inyecta – 40 mil millones de dólares este mes – para evitar percances por falta de lubricación en la plomería del sistema. Y lo seguirá haciendo con generosidad, como mínimo, hasta dejar atrás los grandes vencimientos impositivos de abril.
Las paradojas están a la orden del día. Desde que Trump inició su segundo mandato, la confianza del consumidor se deprimió y no pudo recobrarse. Hoy se ubica en un piso histórico, 30% por debajo de su umbral en diciembre de 2024. En el pasado, hubo recesiones con niveles más altos de confianza (1990-1991, 2001 e inclusive la gran recesión de 2007-2009). ¿Y cuál fue la fuerza detrás de la ebullición del tercer trimestre? No la inteligencia artificial, con todo lo que se habla de ella, sino el atormentado consumidor. Su gasto aumentó 3,5% (después de subir 2,5% en el segundo trimestre). Y aportó así 2,4 puntos al crecimiento del producto. Las exportaciones netas (1,4; con una caída de las importaciones) y el gasto público (0,4) completaron los aportes. ¿Y la inversión fija? Detrajo por culpa de la recesión residencial. ¿Y qué pasó con el boom de los data centers? Este trimestre, oh sorpresa, la inteligencia artificial hizo mutis por las cuentas nacionales. La inversión en estructuras cayó 6,3%. Y el gasto en equipos (+21,4% en el primer trimestre) se moderó a 5,4%. La economía es un rompecabezas para armar. Cada tanda de indicadores lo reconfigura de un modo diferente y complica más su interpretación.
La Bolsa lo vio primero. La economía creció al 4,3% y se retrajo el empleo, la productividad, pues, se disparó de manera extraordinaria. No solo las valuaciones son excesivas. Las ganancias de las compañías del S&P 500, también. Se inflaman con ese formidable viento de cola. Los márgenes de rentabilidad de dos dígitos, lejos de reducirse, continúan en expansión. 11,5% en 2023, 12,3% el año pasado. Se estima que se estirarán a 12,9% este año y a 13,9% el próximo. Dada la moderación de las subas de salarios, los costos laborales por unidad de producto caen sensiblemente. Es un gran aporte también para desacelerar las presiones inflacionarias (junto con la caída de los precios de la energía) y tranquilizar a los halcones de la FED.
El rally de Papá Noel abrocha un año excepcional. En abril, con el Día de la Liberación, estuvo a punto de zozobrar. En octubre y noviembre, la corrección hundió a los metales preciosos y las criptomonedas. Y la Bolsa zafó porque la rescató la buena voluntad de la FED. Existió detrás una larga lista de problemas, que no se han arreglado, pero se hicieron a un lado hasta una próxima oportunidad. Creyentes y no creyentes en la estabilidad y los milagros económicos están invitados a participar. Acciones y metales lideran la embestida de estas felices fiestas. Cada uno puede elegir su talismán. Solo las criptomonedas quedaron afuera. Es lógico. Se trata de barrenar las olas de estos días especiales, de aprovechar la fortísima estacionalidad, y las condiciones excepcionales del tiempo. La mejor tabla de surf es la que ya avanza con la inercia a su favor. Así, lo que más subió recientemente es lo que más sube. Lo que acumula pérdidas, en cambio, se puede vender para tomar el quebranto a los fines de impuestos. En consecuencia, también debe esperar el borrón y la cuenta nueva para tomarse revancha.
