La celebración de la violencia


La semana pasada, Javier Milei subió otro peldaño de su escalada incendiaria. Aun si se interpreta que las agresiones presidenciales a diestra y siniestra significan ante todo una táctica desviacionista, para ocultar los interrogantes sobre el rumbo económico, no varía la pregunta acerca de cuál es el verdadero consenso social que respalda sus animaladas.

El auditorio que lo cobijó en esta oportunidad no fue cualquiera. Era una platea de la Expo EFI, con alrededor de 1200 empresarios, economistas y dirigentes corporativos que representan a la crema del sector financiero bancario. Lo acompañaron con risas y vítores en cada una de sus groserías, cual auténtico coro de bufones.

En algunos pasajes, a juzgar por sus balbuceos, gestos y referencias de una ordinariez incrementada, Milei semejó estar particularmente desvariado. Si no se conociera al personaje, cabrían sospechas en torno a su salud mental. Quizás quepan, de todos modos. Dejamos eso para especialistas, y para quienes practican medicina y psiquiatría a distancia. Pero, en cualquier caso, cuentan mucho más la cantidad y calidad de sus festejantes, que no son sólo los de esta ocasión.

En su tan bueno como comentado artículo del viernes, en Página 12, Leandro Renou destaca precisamente la forma, ya sin resguardos pudorosos, en que el poder económico celebra la violencia.

Esos aplaudidores del odio, en efecto, se reproducen en todos los foros de la casta empresarial a donde concurre el mandatario, incluyendo los de aquellos rubros seriamente afectados por sus políticas. Industria, construcción, consumo masivo.

De hecho, como recuerda Renou, en el Día de la Industria los popes del área ya habían tolerado que Milei les endilgara ser prebendarios y “menos que el campo”. Agacharon la cabeza, “algunos por el temor de confrontar con un gobierno que promete vendettas públicas y escraches; y otros, porque les parece que el insulto es un precio barato para conseguir el objetivo final”.

Por eso es atinado el interrogante que formula el colega, relativo a si esta burguesía se cuadra en el registro del insulto presidencial por una cuestión ideológica; por embarcarse en un culto a la batalla cultural, o por si ven en ésta la última chance de que se cumplan sus viejos anhelos. O todo eso junto.

También en efecto, el trasfondo del fenómeno es global porque el empresariado de punta se ha dado cuenta de que ya no alcanza con gobiernos que prometan apertura, sino que es tiempo de apoyar regímenes ultra para trabajar desde adentro, en la misma sintonía, y achicar el margen de error.

Al cierre de la nota, como ingrediente más preocupante, se adosa que son muy pocos los empresarios conscientes de que la belicosidad del mensaje de Milei alimenta un proceso de violencia creciente. Y se cita el off de uno de ellos, que está en clara minoría ante el avance de los ultras: “Es parte de la poca responsabilidad que tenemos como burguesía, sabiendo que también nosotros somos actores centrales del proceso democrático”.

Por cierto, cabe preguntar asimismo si alguna vez fue no ya distinto sino, apenas, diferente. ¿Acaso al hablar de dictadura no se le añade “cívico” a “militar”? ¿Cuándo sucedió que los golpes de Estado, los procesos de desmantelamiento del aparato productivo, la violencia contra las clases oprimidas, la represión, los industricidios, no tuvieran el concurso clave de los grandes actores de la economía?

A lo sumo, sí ocurrió que durante el lapso denostado como “populista” se intentó una distribución de la torta algo más equitativa, sin que por eso se alterara, ni de lejos, el margen de ganancia de las franjas del privilegio. Todo lo contrario. Aunque jamás lo confiesen en público, con Néstor y Cristina esos sectores vieron enormemente favorecidos sus ingresos más, claro, la yapa de haberse liquidado el endeudamiento externo que provocaron ellos, no el populismo.

En línea con lo descripto, pero atendiendo a lo que acontece antes abajo que por encima, una magnífica contratapa de Álvaro García Linera, en este diario, el domingo pasado, plantea alertas fundamentales sobre la raíz de la crueldad. Y lo hace llevando el asunto mucho más allá de las fronteras argentinas.

Se interroga qué condujo a que estas abominaciones tengan hoy carta de ciudadanía, e inclusive justificación moral, entre las elites empresariales y segmentos de las clases medias. Nos permitimos añadir que esa penetración alcanzó igualmente a los sectores más bajos de la pirámide.

Su respuesta central es que las grandes oleadas autoritarias, de odio restaurador de viejas jerarquías sociales y raciales, vienen precedidas de grandes avances en la igualdad material. En el caso del mileísmo, a los años de la democratización económica kirchnerista se agregó la frustración redistributiva, vía inflación, del gobierno –progresista o como se lo denomine, pero nunca reaccionario- que antecedió al triunfo de Milei.

Como apunta Linera, apoyado en una realidad incontrastable, la expansión social de las ideologías requiere de un soporte material que las faculte. Entonces, si las crisis económicas son generales, tienden a promover coaliciones socio-políticas igualitarias, encabezadas por gobiernos de izquierda o progresistas. Pero, si fue el gobierno progresista quien promovió la crisis, o no la resolvió, le sucederá una coalición de derecha extrema.

La decepción de los de abajo, fácilmente, podrá empujarlos a abrazar resentimientos, no contra los poderosos, sino contra los más débiles. En consecuencia, y cómo no coincidir, en tiempos de crisis no hay mayor impulso al conservadurismo autoritario que la renuncia de un gobierno progresista a la audacia de los cambios.

“La única opción ante los arrebatos contraigualitarios es con más igualdad. Con nuevas expectativas, convincentes, de mejores condiciones de la vida en común. Radicalizando las políticas de distribución de la riqueza. Y, para ser duraderas, tendrán que afectar a las oligarquías rentistas, además de expandir un nuevo tipo de productivismo sustentable”.

En términos propositivos, justamente, se verá si algún conjunto de las fuerzas progresistas habrá aprendido la lección. Por el momento, y con pronóstico muy reservado por no decir que directamente resulta grave, lo que se observa es que permanecen en estado deliberativo.

Eso no está mal per se. Hay ambiciones personales que, desde ya, son legítimas mientras no afecten la construcción de un espíritu colectivo.

Libertaristas, macristas y fauna tribal de todo color y pelaje no tienen ese problema, por si hiciere falta abundar en señalamientos obvios. Las disputas de negocios no perjudican, en lo más mínimo, la cohesión que demuestran respecto de sus intereses globales. Termina siendo secundario detenerse en cuánto los afecta la pésima imagen de La Hermanísima, los ladridos de Macri por sentirse despechado, las internas dentro del propio “triángulo de hierro” y las diferencias por cómo edifican o socavan sus tejidos institucionales.

Nada de eso le resta valor a cómo les irá en el proceso electoral que comienza el próximo fin de semana. Votarán Chaco, Salta, Jujuy y San Luis. Pero el pico inicial es lo que vaya a acaecer en la ciudad de Buenos Aires, por su altísimo valor simbólico.

Si todas las encuestas son acertadas y Leandro Santoro recoge los frutos de su muy buen trabajo en los barrios, con propuestas concretas y aprovechando la dispersión del voto al oficialismo y sucedáneos, se habrá dado un pequeño-gran paso para reacomodar melones. No es moco de pavo que el macrismo pierda la Ciudad, así fuere sólo en legislativas. Y el propio Manuel Adorno reconoció que una derrota por poco es un buen resultado.

Tampoco se trata de quitar indignación por las actitudes mafiosas del monotributista que parece ser el Presidente en las sombras. Ni de dejar de sorprenderse por la virulencia con que el Jamoncito de marras aumenta sus brotes desquiciados.

Sí es cuestión de prevenir que no es en esos tópicos donde se juega el destino estructural aunque, por supuesto, la promoción oficial de la violencia no sea un dato menor. Sólo decimos que esas acciones son inherentes a la pandilla gobernante, y que va quedando muy poco lugar para remitirse nada más que a los diagnósticos.

En lo resistencial, sigue habiendo hechos demostrativos de que las reservas están. La manifestación de la CGT y ambas CTA fue importante, para ejemplificar y anotando que, sin embargo, no tuvo repercusión aun entre los lugares mediáticos que son o se pretenden fuertemente opositores.

Puede presumirse que eso continuará siendo así, activo pero prejuiciado, potente pero disperso, mientras el peronismo y las fuerzas del progresismo en general no sean capaces de resolver sus cuitas.



Fuente: www.pagina12.com.ar

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