La visita del almirante Holsey y una sugestiva coincidencia 


Este lunes en horas de la tarde llegará a la Argentina el nuevo jefe del Comando Sur de los Estados Unidos, almirante Alvin Holsey. Durante su visita se reunirá en dos ocasiones con el presidente Javier Milei, en la Casa Rosada y también en la cena que ofrecerá la embajada estadounidense. Holsey desarrollará una intensa actividad durante los tres días que dure su permanencia en este país. Según lo diera a conocer la embajada se reunirá con varios altos funcionarios del área de defensa y, al igual que su predecesora Laura Richardson, visitará Ushuaia. Hay dos temas clave que dominan la agenda del visitante: “la seguridad regional y la protección de rutas marítimas estratégicas.”

Es bien sabido que dada la militarización de la política exterior de Estados Unidos el Comando Sur comparte con el Departamento de Estado la responsabilidad de elaborar las políticas de la Casa Blanca para Latinoamérica y el Caribe. Por eso no sorprende que Holsey venga a discurrir con sus pares argentinos sobre la “seguridad regional”. Tampoco que se traslade hasta Ushuaia para inspeccionar in situ la Base Naval establecida a orillas del canal de Beagle, que cuenta con un puerto de aguas profundas que permite su utilización por buques de gran calado, tanto civiles como militares. Dicha base tiene una localización privilegiada para suministrar servicios de mantenimiento y logística que faciliten el acceso a la Antártida, controlar el crucial paso bioceánico y toda la zona económica exclusiva de la Argentina. Se entiende el notable interés que distintos personeros del gobierno de Estados Unidos han demostrado por establecerse en dicha base y, en simultáneo, las presiones que ejercieron sobre el gobierno argentino y el gobernador de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur para abortar el proyecto de construir, en colaboración con Beijing, una base en Río Grande, con acceso directo al Atlántico Sur y que potenciaría la capacidad de la Argentina para monitorear lo que hacen los ingleses en las Islas Malvinas. No hay que olvidar que hoy día la política exterior de Estados Unidos se resume en tres palabras: “keep China out” (mantenga lejos a China).

Para nuestro país la “seguridad nacional” nada tiene que ver con lo que predica Washington dado que aquella se ve amenazada por la enorme base militar que la Real Fuerza Aérea británica construyó en las islas Malvinas. Cubre un área de cien kilómetros cuadrados, alberga a unos 1200 efectivos permanentes y cuenta con dos pistas de aterrizaje (la más extensa de 2.590 metros, apta para la operación de los aviones militares de mayor peso). No hay que olvidar que el Reino Unido es miembro de la OTAN y por eso socio y aliado fiel de Estados Unidos, razón por la cual hay fundadas sospechas de que podría haber militares o equipos de combate de países pertenecientes a esa organización en la base. Las autoridades británicas no admitieron la posibilidad de inspeccionar el armamento existente en sus instalaciones, no descartándose que pudiera haber un cierto número de cohetes con ojivas nucleares almacenados en dicha base. Pero, va de suyo que no es esto lo que le preocupa al almirante Holsey y, desgraciadamente, al cipayo que hoy gobierna la Argentina. Para Milei y sus compinches la “seguridad nacional” de Estados Unidos se convierte en “nuestra seguridad nacional.” Difícil encontrar en el mundo un gobierno tan antipatriota como el nuestro.

En cuanto al otro tema que preocupa al visitante, la “protección de las rutas marítimas estratégicas” nadie puede discrepar con tan sensato propósito. El problema es que lo que Washington entiende por “protección” es control absoluto, no compartido, de dichas líneas de navegación. Recientemente hemos visto la ofensiva de la Administración Trump por “retomar el Canal de Panamá” para decidir quien puede y quien no puede transitar a través de él. Washington controla de hecho el Estrecho de Florida que conecta el Atlántico con el Mar Caribe a través de un rosario de bases o instalaciones militares de diverso tipo, comenzando por Guantánamo, siguiendo por la enorme base de Soto Cano en Palmerolas (Honduras), Comalapa en El Salvador, numerosas repartidas por todo el Gran Caribe en Puerto Rico, Panamá, Aruba, Curazao, Bahamas, Guyana, Antigua y Barbuda, y Costa Rica. Esto es lo que Washington entiende por “proteger las rutas marinas estratégicas”: someterlas todas a su exclusivo control.

No quisiera dejar de marcar una llamativa coincidencia. Holsey llega a la Argentina justo el día en que se conmemora el 60º aniversario de la invasión de Estados Unidos a República Dominicana. Tamaña infamia ocurrió porque el presidente Lyndon Johnson consideró que la vigorosa alianza cívico-militar que el 24 de abril de 1965 derrotó a los golpistas que habían eyectado del poder a Juan Bosch apenas cumplido siete meses de su mandato podía terminar por crear “una segunda Cuba en el Caribe.” Inquietaba sobre todo el formidable liderazgo del coronel Francisco Caamaño Deñó y la inédita movilización popular que suscitaba su figura, esencial durante los tres meses que duró la guerra civil convertida en lucha antiimperialista dada la presencia de las tropas del imperio en el país. Para la Casa Blanca esta inesperada unión cívico-militar (que reaparecería tres años más tarde en el Perú de Juan Velasco Alvarado y a finales de siglo en la Venezuela de Hugo Chávez) colocaba a la República Dominicana al borde del comunismo. Para justificar su intervención militar Johnson utilizó los habituales pretextos con que Washington encubre sus operaciones: la “necesidad de proteger a los ciudadanos estadounidenses”, ninguno de los cuales había sido siquiera rozado por un disparo. Irritado por la heroica resistencia de Cuba y los primeros tropiezos que estaba experimentando en Vietnam, Johnson despachó a Santo Domingo una impresionante fuerza militar de unos 42.000 efectivos, entre los cuales equipos altamente entrenados del Cuerpo de Marines a los que poco después se le unió la mayoría de la 82ª División Aerotransportada del Ejército de los Estados Unidos, misma que tiempo después sufriría una aplastante derrota en la guerra de Vietnam. También dispuso que 41 buques de la Armada estadounidense se apostaran en la región para bombardear los enclaves rebeldes y ofrecer apoyo logístico a sus fuerzas en tierra. Los combates se extendieron hasta finales de julio. El heroísmo del pueblo dominicano y sus militares patriotas se pagó con la vida de unas 5.000 personas. A partir de agosto las tropas estadounidenses se fueron retirando gradualmente, no sin antes permanecer hasta septiembre de 1966 para “supervisar“ unas nuevas elecciones presidenciales realizadas bajo la ocupación y en la cual Juan Bosch y sus seguidores tuvieron enormes dificultades para hacer campaña y sobre todo garantizar la transparencia del proceso electoral., haciendo posible que un dócil títere de Washington, Joaquín Balaguer, accediera a la presidencia y, con intermitencias, gobernaría durante 22 años sirviendo fielmente a sus amos del Norte.

Conclusión: sesenta años más tarde el imperio norteamericano dispone de un arsenal intervencionista mucho más variado que antaño. La invasión se realiza hoy de muy variada manera: misiones militares, ejercicios conjuntos, operaciones de inteligencia compartidas, venta y entrenamiento de equipos obsoletos como los F16 descartados por la OTAN y estúpidamente adquiridos por el gobierno de Milei porque nuestro país jamás los podrá utilizar en nuestra única hipótesis de conflicto: un enfrentamiento con el Reino Unido. Se trata entonces de una invasión sin estruendos pero tremendamente efectiva, destinada a convertir a este país en una colonia. Ya lo está haciendo nuestro gobierno con su política económica y ahora está a punto de hacerlo con su política defensa. En realidad, una política que nos condena a la indefensión. 



Fuente: www.pagina12.com.ar

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