
La Iglesia católica es una institución que, a lo largo de su historia, ha mostrado su disposición por contener los disensos, la mayoría de las veces de modo fructífero y en algunas otras, de forma fallida.
Desde el fallecimiento de Francisco, se multiplicaron los análisis acerca de una supuesta grieta entre conservadores y progresistas que el pontificado de Francisco habría generado. Sin duda, el Papa argentino introdujo debates y tuvo gestos simbólicos que podrían catalogarse como disruptivos. El impulso a una mayor autonomía de los Sínodos y las Conferencias Episcopales, así como actitudes más misericordiosas que condenatorias hacia las minorías sexuales o para con los divorciados vueltos a casar, por citar un par de ejemplos, pudieron haber causado reacciones en los sectores más apegados a una lectura tradicional de los dogmas de la Iglesia.
Pero el proceso de resolución del Cónclave no pareciera abonar taxativamente a esas interpretaciones que extrapolan las lógicas del funcionamiento de la política, desconociendo las especificidades propias de la Iglesia católica. En primer lugar, la duración en la elección del nuevo Papa. Dos días fueron suficientes para alcanzar el no sencillo número de dos tercios requeridos para elegir al Sumo Pontífice. La frase bíblica “que todos sean uno para que el mundo crea” se erige como un imperativo categórico que se impone por sobre cualquier disenso interno. De 1846 a la actualidad, los cardenales no necesitaron más que cinco días para decidir a la máxima autoridad de la institución.
En esta oportunidad, se trató de un Cónclave más heterogéneo. Francisco modificó el tablero del Colegio Cardenalicio con el nombramiento de cardenales de los rincones más variados del planeta. Se mencionó que muchos de ellos no se conocían entre sí, por lo cual se requería un tiempo considerable de comunión y discernimiento colectivo. Evidentemente, la transmisión de un mensaje de unidad prevaleció por todas esas consideraciones.
La elección de Robert Prevost -ahora León XIV- permite también identificar otros criterios valorados por el conjunto de los cardenales. Francisco lo había designado en 2023 como prefecto del Dicasterio para los Obispos, el órgano vaticano responsable del nombramiento de los obispos de los países. Su conocimiento del funcionamiento de la Curia Romana se conjuga con una trayectoria con una marcada impronta pastoral, dado el trabajo misionero que desarrolló por casi dos décadas en Perú. Una clara diferencia con el candidato número uno, Pietro Parolin, quien también ocupaba un cargo en la Santa Sede como secretario de Estado, pero con una carrera eclesiástica exclusivamente diplomática. La sensibilidad pastoral, sumada a la experiencia de gestión, aparece como un diferencial a favor de Prevost.
Nacido en Estados Unidos y perteneciente a la Orden de San Agustín, desde su ordenación sacerdotal en 1982, Prevost desarrolló su actividad religiosa en Chicago. Fue nombrado obispo de Chiclayo en Perú por el Papa Francisco en 2014, donde permaneció hasta el año 2023, cuando es convocado a la Santa Sede. Si había una controversia entre el centro y la periferia, los cardenales optaron por elegir a un par que haya transitado por ambos “mundos”. Proveniente de Estados Unidos, con pasado latinoamericano y presente en la Curia.
Cómo será su pontificado es un interrogante que no es posible responder, habida cuenta que la futurología no forma parte de la caja de herramientas de las ciencias sociales. No obstante, resulta pertinente analizar sus posicionamientos respecto a temas sensibles que han estado en la agenda de la Iglesia católica en los últimos años.
Durante la primera sesión del Sínodo sobre la sinodalidad en 2023, el ahora Papa manifestó sus objeciones a la incorporación de las mujeres en funciones clericales. Pese a sus reservas por la contrariedad con el Evangelio, ha asumido una actitud relativa respecto a la bendición de las parejas del mismo sexo, legitimando la interpretación de cada conferencia episcopal según el contexto cultural. Por otro lado, ha acompañado a Francisco en sus iniciativas por ampliar los espacios de participación en el seno de la institución y de mayor autonomía de las Iglesias locales. A su vez, Prevost se ha pronunciado en reiteradas oportunidades en defensa de los migrantes, de garantizarles condiciones de vida dignas y ha expresado su preocupación por el cambio climático, cuestionando las lógicas predatorias sobre el medio ambiente.
Sin dudas, el rol de la Iglesia católica y la impronta de su presencia social, así como la interpretación de la doctrina a la luz de los desafíos actuales, fueron y son motivo de debate e incluso de controversias en su interior. Y en cada momento de definición como es la elección de un Papa, se re-editan las lecturas dicotómicas sobre la prevalencia de una Iglesia orientada fundamentalmente a la reafirmación de sus preceptos doctrinarios o de una Iglesia más permeable a los “signos de los tiempos” y, por tanto, con mayor capilaridad para absorber y accionar sobre los problemas globales de la vida contemporánea (conflictos geopolíticos, desigualdades estructurales, desequilibrios ambientales, etc.). Pero el resultado de la votación puso en evidencia que no son necesariamente polos opuestos, que no son los únicos elementos que se ponderan en una elección, que existen variantes y matices que logran sintetizar a las diversas sensibilidades que atraviesan a esta institución bimilenaria
* Profesor de la Universidad de Buenos Aires, Investigador Principal del CONICET.
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