Mientras el gobierno hace gala de estar bajando la pobreza a una velocidad récord-del 54 al 38 por ciento del primer trimestre del año al tercero-, en los barrios populares se ven, sin embargo, graves situaciones de privación de alimentos. Un relevamiento del Isepci, la consultora de la organización Libres del Sur especializada en construir indicadores populares, encontró que entre quienes van a sus comedores y merenderos 76 de cada cien familias están atravesando inseguridad alimentaria, es decir que se ven obligadas a reducir porciones o saltear comidas. La inseguridad alimentaria es hoy siete puntos más alta que la medición anterior, de 2022.
El relevamiento de Libres del Sur investiga el universo de los más pobres. Es decir que no toma a la población en general –como cuando el Indec estima la pobreza y la indigencia–, sino que encuesta a quienes viven en barrios populares.
Las preguntas que usan para hacer estas mediciones fueron establecidas por la FAO, organización de Naciones Unidas, como un método estandar para medir situaciones de hambre. Por ejemplo, una es si en el último mes, por falta de dinero, alguien de la familia tuvo que reducir la cantidad de lo que come, o si ha debido saltearse una comida por no contar con recursos. Contestaron que sí a ambas situaciones el 76,5 por ciento de los casos.
El relevamiento se realizó en octubre, es decir que se trata de una foto de lo sucedido en agosto, mes en el que, según afirma el gobierno, ya había comenzado a bajar drásticamente la pobreza. Los resultados del Isepci hablan de que la mejoría, si se confirma que existió, no ha llegado por igual a toda la sociedad.
“El indicador de inseguridad alimentaria es complejo y se refiere a privaciones de comidas, supresión involuntaria de comidas y disminución de las porciones”, explica Laura Lonatti, coordinadora del área de Salud de la Libres del Sur. “Cuando medís la inseguridad alimentaria, lo que observás es cuántas familias combinan más de un indicador, por ejemplo haber reducido porciones con haberse salteado comidas”.
Lonatti agregó que otro comportamiento asociado a la falta de ingresos es privarse de los alimentos más costosos. En este sentido, quienes contaron que debieron consumir menos carne, verduras, lácteos o cereales por falta de dinero fueron el 73 por ciento.
“La situación se ve notablemente agravada porque el gobierno nacional suspendió el envío de alimentos a los comedores de las organizaciones sociales. Al haberse discontinuado el funcionamiento de esos espacios de asistencia comunitarios, la inseguridad alimentaria creció. A este mismo indicador lo relevamos en el 2022 y en ese momento los hogares que estaban atravesando una situación de inseguridad alimentaria eran 69 por ciento. Este año es el 76 por ciento”.
Comer salteado
Las familias encuestadas en su gran mayoría reciben la Asignación Familiar por Hijo y la Tarjeta Alimentar, la política que el gobierno de Milei muestra como norte de su gestión social, por ser asignaciones individuales. Durante el año, el gobierno mejoró sus montos y extendió su cobertura.
Sin embargo, los resultados hallados por el Isepci no hablan de una mejora en la alimentación de las familias. Y esto es lógico, porque aunque la AUH y la Tarjeta Alimentar son más altas, la población que le recibe es de trabajadores informales, que vieron caer drásticamente sus ingresos. Aunque la inflación haya reducido su velocidad, continúan teniendo menor poder adquisitivo que el año pasado.
«La mayoría manifestó estar disponiendo de 400 mil pesos aproximadamente para resolver los gastos diarios (en el mes de octubre). Si bien hubo un incremento en la Tarjeta Alimentar y de la AUH, ese dinero no se usa exclusivamente para la compra de alimentos, sino además para cubrir los gastos ordinarios de la familia: alquiler, servicios, transporte… Entonces, no es que ese incremento en ese dinero se aporte directamente al consumo de alimentos ricos nutrientes, sino que está distribuido en los gastos generales del hogar», dice Lonatti.
El informe fue realizado en 14 provincias. Como método usó la investigación participativa: las vecinas de los propios barrios, muchas de ellas promotoras de Salud de Libres del Sur, son capacitadas para realizarlo.
En octubre, Página 12 se acercó a conocer una de esas jornadas de relevamiento, que se hizo en Villa Soldati.
La gente llegó con sus chicos a un comedor de la organización, donde las agentes de salud tomaron el peso y la talla de los niños. Luego, un adulto por familia contestó el cuestionario sobre su situación alimentaria. Las preguntas eran directas:
-En el último mes, ¿se privó de algún tipo de alimento por falta de dinero?
-¿Redujo porciones porque el dinero no le alcanzó?
-¿Tuvo que saltearse comidas por no contar con recursos?
Una de las respuestas más escuchadas:
– Estamos comiendo una sola vez al día.
Apenas el 26 por ciento (del total nacional) contestó que había podido mantener la variedad habitual en su alimentación, mientras que el 73 por ciento había pasado a consumir menos carne, lácteos o verduras.
Otra frase muy escuchada fue “trato de que a los chicos no les falte”. Al estar escolarizados, todos los niños hacían al menos una comida en el colegio. Sin embargo, un 40 por ciento presentó problemas de malnutrición, expresada en sobrepeso u obesidad.
Talla y peso
Esos índices de malnutrición están instalados en la Argentina, sin mejoría. Explica Lonatti: “Desde 2006, cuando el Estado hizo la primera Encuesta Nacional de Salud, ya se vió que en el país había un cambio de patrón alimentario, lo que se confirmó en el 2018, con la segunda Encuesta. Nuestros relevamientos, lamentablemente, están en línea con eso y muestran que la malnutrición, en forma de sobrepeso y obesidad, se ha cronificado y se mantienen en forma inalterable. A su vez, el bajo peso, que tiene que ver con un indicador por déficit, no mejora. Está así hace varios años”.
El grupo más afectado es el de los niños de 6 a 10 años. En esa franja aumenta el sobrepeso: mientras que el promedio nacional de malnutrición del relevamiento de Libres de Sur está dando 40,5, en el grupo de chicos de 6 a 10 ese indicador se eleva al 47 por ciento.
«El sobrepeso y la obesidad son graves porque abren la puerta a enfermedades como la diabetes y la hipertensión arterial. Es una situación que venimos planteando porque interpela un montón de aspectos que tienen que ver no solamente con los ingresos que dispone la familia para la compra de los alimentos, sino también a la calidad nutricional de los comedores en la escuelas».