El expresidente Mauricio Macri volvió al centro de la escena política con un mensaje público en el que elogió los logros económicos de Javier Milei y pidió, en el mismo posteo, una nueva etapa de diálogo político. No fue un gesto improvisado. Fue una maniobra calculada para volver a tener voz aprovechando el contexto electoral y la necesidad de votos del oficialismo.
El posteo fue recibido con una mezcla de gratitud y cautela. En Casa Rosada celebraron el reconocimiento, pero no dejaron pasar la oportunidad de marcar la cancha: el liderazgo del proceso de cambio, insistieron, es de Milei. La traducción política es simple: el apoyo se agradece, pero el mando no se comparte.
Macri habló de “humildad y honestidad” para abrir una nueva etapa después del 26 de octubre, una invitación a construir consensos que lo muestra en versión estadista. Sin embargo, el gesto también lo reubica dentro del tablero opositor, ya que sugiere que, si el Gobierno busca consolidar poder, necesitará a quienes conocen el mapa institucional mejor que los libertarios recién llegados.
En ese juego de señales cruzadas, apareció el asesor Santiago Caputo, a quien Milei no sólo volvió a elogiar públicamente sino que definió como un posible nombre “central” en el Gabinete. “Absolutamente sí”, respondió cuando le preguntaron si Caputo podría asumir un cargo tras las elecciones, aunque evitó precisiones. “Anticipar nombres solo arruina funcionarios”, deslizó con su habitual mezcla de hermetismo y cálculo.
El ascenso de Caputo dentro del ecosistema libertario es, al mismo tiempo, un síntoma y una advertencia. Milei confía en él como arquitecto del relato y articulador del vínculo con sectores empresariales, pero su posible desembarco formal puede tensar las internas con figuras como Guillermo Francos o incluso con la propia Karina Milei. Las lealtades dentro del Gobierno son tan verticales como frágiles.
Las elecciones de medio término tensionan al Gabinete
Desde el entorno presidencial aseguran que la presencia de Caputo sería “una forma de profesionalizar la gestión”, pero en la práctica implica blindar el núcleo duro del mileísmo frente a las presiones del PRO, los aliados externos y los intereses de Washington. Estados Unidos sigue siendo un actor que observa, sugiere y condiciona: la relación bilateral es clave, pero también fuente de roces al interior del Gobierno.
Macri, que conoce ese escenario, intenta reposicionarse justo en esa grieta. Su elogio al Gobierno encierra una advertencia. Acompañar, sí, pero con voz propia. La Casa Rosada, en cambio, no está dispuesta a ceder el relato de la victoria a nadie que no lleve la camiseta libertaria.
El oficialismo, mientras tanto, juega con el calendario. Milei sabe que necesita reforzar su base legislativa en las elecciones de octubre para garantizar gobernabilidad. De ese resultado dependerá cuánta apertura real podrá permitirse y cuántos equilibrios deberá recomponer puertas adentro.
En ese contexto, el llamado al diálogo suena tanto a oferta como a amenaza. Si el Gobierno consolida poder, Macri quedará reducido al papel de aliado testimonial. Si el resultado electoral es menos favorable, el PRO podrá reclamar un lugar más visible en la escena. Milei se prepara para cualquiera de los dos escenarios.
Por ahora, el mensaje es claro: la convivencia entre libertarios y macristas sigue siendo posible, pero en el territorio del Presidente las reglas las pone él. Lo demás -los premios, los elogios y los cargos por venir- es apenas ruido de fondo en una disputa que recién empieza a tomar forma.