
Frente a otra semana de furia de Javier Milei algunos colegas nos preguntábamos, quizá con ingenuidad, cuánto hay de planificado o cuánto de espontáneo en el ataque a periodistas y medios. El otro interrogante es hasta dónde puede llegar. Al presidente se le sumaron Santiago Caputo, que le tapó la cámara a un fotógrafo de Tiempo Argentino y le sacó una foto a su credencial; el “gordo Dan” pidió que nos metan presos por decreto; Luis Caputo dijo que el periodismo o los periodistas vamos a desaparecer y que quienes hablamos de los pagos de la empresa de su familia a la agrupación violenta Revolución Federal en la previa del atentado a Cristina Fernández de Kirchner somos basuras. La publicación del mandatario de la foto de una tumba de los “medios de comunicación tradicionales” se reprodujo por doquier.
Hay algo de base y que se advierte en el libro Los Ingenieros del Caos de Giuliano da Empoli, que revela que esto no es un invento de Milei sino que hay una práctica de dirigentes de ultraderecha basada en alimentar la ira a través de las redes sociales, el uso de la tecnología y los discursos violentos. Hay un ataque a la discusión política tradicional y profunda. El insulto, el descrédito y la humillación, son la acción política por excelencia. En esa lógica, los hechos, los datos, la ciencia, el conocimiento son blanco de la ofensiva porque la apuesta es ganar la batalla emocional con la imposición del miedo y con el recrudecimiento de la insatisfacción y el resentimiento.
Milei no quiere datos ni verdad, porque quiere imponer la suya –que, como buen mesiánico, supondrá que es la única válida– y porque tendrá alguna que ocultar. ¿Será por eso que bajó un poco la intensidad en las redes sociales después del escándalo $LIBRA? De hecho, en ese contexto perdió el dominio de los mensajes en ese territorio cuando se empezó a reproducir fue la palabra “estafa” asociada a su persona. Ahora intenta que triunfe otro término: “domar”. Fue el que usó para felicitar a Manuel Adorni después del debate electoral en la Ciudad de Buenos Aires, una definición que tiene que ver con el sometimiento y, decíamos, la humillación, con lograr de esa manera acallar o torcer ideas. Hay algo más que se combina con esa estrategia de domesticación: el llamado “gaslighting”, basado en tácticas de manipulación para que las personas lleguen a dudar de su propia percepción.
Hoy somos los periodistas, pero también el feminismo, el colectivo trans, las disidencias sexuales, los sindicatos, el Estado, las universidades, las/los investigadores. Todos vinculados con ámbitos de construcción de lazos sociales e igualitarios, de producción de conocimiento y pensamiento crítico (ahí encaja la batalla cultural). El famoso “nadie se salva solo” que trae El Eternatua.
Esto tampoco lo quiere el Presidente y lo deja como sello en cada uno de sus actos. Para todos inventa una palabra, porque la historia también se hace de palabras y él lo sabe. Pauteros, mentirosos patológicos, sindi garcas, ñoños republicanos, ensobrados, mentirosos depravados, basuras mentirosas, zurdos y mandriles. La insistencia con “zurdos” con insulto es asombrosa, pero es reveladora de cómo el gobierno ataca no sólo a quienes informan sobre su plan de subordinación económica y política, sino a quienes creemos en la democracia. La referencia a los “mandriles” y sus connotaciones sexuales, anales, aluden a una violación. Es toda una misma concepción.
Milei posteó hace unos días la frase “no odiamos suficiente a los periodistas”, que en realidad la usan admiradores de Donald Trump por lo menos desde 2002. Se molesta cuando alguno marca que la inflación no está controlada, las implicancias del acuerdo con el FMI, su llegada tardía a Roma a la despedida del papa Francisco, los datos de desempleo, de pobreza, de despidos. Nuestra vida real. Repitió y retuiteó la frase. Lo hicieron él y su séquito. Propicia el terreno, además, para el ejercicio de otra forma de violencia hacia los periodistas, que se ejerce cuando los empresarios de medios degradan este oficio y hacen falta cuatro o cinco laburos para llegar a fin de mes.
Una corriente de estudios sobre los caminos que toma el odio, que en Estados Unidos –por ejemplo– explica la toma del Capitolio y sus consecuencias, habla de un fenómeno llamado “terrorismo estocástico”, que parte de “el uso de los medios de comunicación para provocar actos aleatorios de violencia con motivaciones ideológicas que son estadísticamente predecibles pero individualmente impredecibles”. Una idea odiante, un concepto, se repite tantas tantas veces que se vuelve estadísticamente predecible que tendrá alguna consecuencia violenta, pero queda afuera de las formas de incitación tipificadas penalmente. No se sabe quién actuará ni cuándo, pero se puede saber que algo ocurrirá.
Hace algunos días golpearon al periodista Roberto Navarro, en 2022 intentaron matar a CFK, el fotógrafo Pablo Grillo sigue internado peleando por su vida por el disparo con una granada de gas lacrimógeno que recibió en la marcha de los jubilados del 12 de marzo, la misma en la que un hincha de Chacarita perdió un ojo, igual que un abogado de derechos humanos en las primeras movilizaciones contra la Ley Bases (antes Omnibus). Una piba de 21 años quedó en coma por un inexplicable entrenamiento antidisturbios en la Armada, y podemos seguir.
Mientras ejercen toda esta violencia, que encuentra sus distintas réplicas en las familias, las aulas, el transporte público, y la calle, mientras nos atacan a los periodistas y limitan la libertad expresión, hacen algo que ya conocemos: saquean al país, instalan autoritarismo y debilitan la democracia.