
Dos minutos antes de las siete de la tarde, cuando el Arzobispo porteño José García Cuerva ingresó a la Basílica de San José de Flores, adentro ya no cabía un alfiler. Centenares de fieles y no tanto habían colmado desde temprano el interior de esa iglesia emblemática en la cual Jorge Bergoglio recibió en 2013 el llamado de la Santa Sede que lo convirtió en Papa. Algunos portaban velas, otros llevaron camisetas de San Lorenzo o al propio Francisco colgado del pecho. Sonaron las campanas y enseguida comenzó la misa: la mayoría tuvo que escucharla por los altoparlantes que daban a la explanada de ingreso y también desde la calle. «Es de noche en nuestros corazones, pero también hay un amanecer, que es el legado de Francisco», inició el Arzobispo. «Su vida y su magisterio siguen siendo un faro en la oscuridad: le propuso a la humanidad hacernos cargo de nuestros problemas», siguió. Entre ellos enumeró «la guerra, el calentamiento global, la exclusión social y la transparencia de la iglesia». «Por abrir esos debates, muchos lo trataron de loco«, agregó. En algunos tramos como ése, los que habían llegado para despedir al Papa argentino contestaron con aplausos.
Desde el púlpito, el Arzobispo convocó a los fieles a que no dejen morir las ideas de Francisco. «Me gustaría que podamos levantar la cabeza y seguir su huella», planteó, a modo de llamado a la acción. Pidió «no hacer de la iglesia un museo de recuerdos» y hasta se animó a una broma, cuando llamó a «combatir esa imagen de los cristianos cara de vinagre». García Cuerva se ocupó de colar ese espíritu antiprotocolar característico de Bergoglio en varios tramos de su mensaje. Pero además hubo, por supuesto, solemnidad. También citas de pasajes del Laudato sí y el Fratelli Tutti, las encíclicas más famosas del Papa, que dedicó «a los argentinos». «Volvamos a sentir que nos necesitamos los unos a los otros», fue una de ellas. En esa misma tónica, cerró con un deseo: «Ojalá los argentinos vivamos la unidad que tanto necesitamos, la revolucion de la ternura».
Desde las primeras filas lo escucharon atentos y aplaudieron el titular del Serpaj, Adolfo Pérez Esquivel; el candidato porteño del peronismo, Leandro Santoro; y la extitular del Fondo de Integración Socio Urbana (FISU), Fernanda Miño, entre otros. También la vicepresidenta Victoria Villarruel, que llegó minutos antes de la misa. Fue la única dirigenta importante del Gobierno en dar el presente. En medio de una despedida mas bien fría y distante del Presidente y la plana mayor de los funcionarios libertarios, el suyo fue un nuevo gesto de desmarque. «Vengo a acompañar a los católicos y al pueblo argentino en el dolor por la pérdida de nuestro santo padre», dijo, escueta, al ingresar. A la salida, ya enterados de su presencia, muchos de los que se acercaron hasta la explanada de la iglesia aprovecharon para repudiarla. «Como a los nazis, les va a pasar, adonde vayan los iremos a buscar», le cantaron.
«Los temas sobre la mesa»
La introducción del Arzobispo fue más bien descriptiva. «Se nos murió el padre de todos, nuestro querido papa Francisco. Como si fuese un ritual familiar, después de haber recibido el impacto de la noticia, venimos aquí para, como familia, despedirlo en su casa, en la que despertó su vocación, en la que vivió desde chico, el barrio de su infancia», dijo en referencia al barrio de Flores y a la iglesia donde Bergoglio dio sus primeros pasos y se desarrolló hasta convertirse en Papa.
Pero entrado su mensaje, García Cuerva desplegó varias consideraciones políticas. Habló sobre la voluntad del Papa de «poner los temas importantes en debate, sobre la mesa» que, dijo, «siguen siendo un faro en la oscuridad». Sostuvo que el Papa expuso «el problema la ecología y el calentamiento global, porque la tierra es la casa común que tenemos que cuidar por nosotros y especialmente por las generaciones venideras»; «el de la exclusión, la causa de todos los males, que parte de la cultura del descarte»; «el de la guerra, que sostuvo hasta su último día, el negocio de las armas y de la muerte»; y también «el de la propia transparencia de la iglesia», aunque no profundizó mucho más en ese punto clave y ríspido.
También omitió referirse al reconocimiento de Francisco a las diversidades sexuales, aunque sí recuperó el ímpetu con el que el Papa convocaba a las juventudes a lanzarse a la militancia. «Siempre dio espacio a los jóvenes para transformar la realidad», dijo.
Las voces de los fieles
La Basílica no pudo contener a todos los que llegaron a despedir a Francisco. Por momentos, adentro de la iglesia el aire se volvía irrespirable. La mayoría tuvo que ubicarse sobre la explanada que da a la Avenida Rivadavia, frente a la plaza de Flores.
*»A mí me cambió la forma de pensar», dijo Melisa. Ella es docente y «muy creyente»: forma parte de Acción Católica Argentina. Cuando escuchó por primera vez a Francisco hablar sobre la necesidad de incluir y contener a la diversidad sexual, la cabeza le hizo click. «Evidentemente era algo que yo venía intuyendo que debía ser así, pero nunca había tenido un papa que lo pusiera en palabras. Por eso creo que es un loco, alguien que plantó mucho para adelante».
*»Fue un revolucionario», acotó Micaela, también docente y parte de Acción Católica Argentina. Las dos habían llegado juntas, sólo que Micaela es hincha de San Lorenzo y eligió ponerse la camiseta para homenajearlo en la basílica. Lo recuerda como «alguien muy cercano a la juventud, siempre con los pies en la tierra». Pidió por un «próximo Papa que sea negro».
*Jazmín es colombiana pero vive desde hace 8 años en argentina. Es enfermera. Lo tuvo muy, muy cerca a Francisco cuando hace casi una década visitó su colombia natal. «Lo fui a recibir al aeropuerto, estuve despierta toda la noche», contó. Rescata de Francisco «su humildad y su amor al pueblo, no a las estructuras». Desde que se enteró de su muerte no puede sacarse «el nudo en el pecho».
*Guillermina y Fernando, un matrimonio de caballito, se sentían contenidos entre la multitud, y felices de haber reconectado con la iglesia luego de varios años de distancia. «Pasamos de la religión como castigo a un lugar de contención», dice ella. «Francisco transmitió compromiso y sinceridad», acotó él.
La casa de la infancia
El Ph de la calle Varela al 200, a pocas cuadras de la Basílica, se convirtió durante el lunes en un pequeño santuario. Sobre todo para los vecinos de la zona, como Graciela, que conoció a Bergoglio como arzobispo. Ella llevaba a los alumnos del colegio Misericordia de Flores –en el que el propio Papa hizo la primaria– para que les diera la confirmación. Recuerda que las autoridades del colegio, cuando lo convocaban, le ofrecían taxis, pero él iba en subte.
Otros fieles, como Romina y Gloria, ambas trabajadoras de una fábrica de electrodomésticos, aprovecharon para googlear la dirección de la casa y acercarse. «Es una forma de estar cerca de él», cuenta Romina, y resalta que, lo más importante, fue «la empatía que Francisco tuvo con la gente del pueblo». Y pidió que, a partir de ahora, «la iglesia no deje de mirar para adelante».