18/11/2024 00:08hs.
Nomás desde que llegó, Gustavo Costas fue esa mezcla de valentía, temeridad, deseo, ingenuidad. Instaló que Racing tenía que pelear todo lo que jugaba; desde su condición de cabeza del cuerpo técnico y, mucho más, expresión viva del hincha, se puso la vara altísima.
Lo sufrió condenadamente con cada objetivo que se fue cayendo o que se iba alejando. Hace dos meses, él ya sabía que la dirigencia que lo trajo estaba explorando su reemplazo y que la que le disputa la conducción del club a esta tiene otro perfil de entrenador.
Pero hoy, el equipo está a un partido de volver a lograr un título internacional y pelea por la liga local. Por lo menos dos títulos, había dicho Costas, había que ganar.
Con el impacto del clásico de este domingo y el entusiasmo descomunal que promete producir otra de esas epopeyas que las hinchadas argentinas exhiben por el mundo, el sábado próximo en Asunción, Costas ahora saca pecho cada vez que puede, se desahoga de “las piedras” y “los palos que nos dieron”, y se enfoca en la prensa, pero también dice que la propia actitud de la gente cambió en el partido con Boca.
Estaba a unos pasos de la ventana y ahora está a unos pasos de la estatua; él no ha cambiado tanto. Sigue siendo un declarante sin filtro, una expresión de sentimientos de la gente de Racing, un apasionado que corre por el costado de la cancha hasta caerse de narices al compás de ataques de su equipo y del rival. Un hombre al que le gusta elegir buenos jugadores y hacerles arengas más viscerales que tácticas para ir al frente en todos lados.
Su vieja y querida Acadé está por jugarse la piel ante Cruzeiro y, casi sin darse cuenta, volvió a prenderse en la lucha por el campeonato argentino.
Si este sprint final le sale bien, quedará para siempre en el bronce. Si no, seguirá siendo, para siempre también, el gran emblema del hincha de Racing.
Costas, de estar cuestionado a quedar al borde de la gloria (Foto Maxi Failla).
La locura de la hinchada, la noche del pase a la final de la Sudamericana (EFE / Juan Ignacio Roncoroni).
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Fuente: Olé