Las leyendas sanjuaninas están plagadas de amor por la tierra, de pasión entre dos amantes, pero también en ellas abunda la muerte.
Esta leyenda de las aguas de Talacasto no es la excepción.
Según relata Edmundo Jorge Delgado en su libro “Devociones y relatos míticos de San Juan”, (2017), esta historia nos remonta a la época anterior a la conquista.
“En las tierras adyacentes a las aguas termales de Talacasto, en el departamento de Ullum, habitadas por una tribu de indios, había una pareja que se amaba hondamente”.
Estos amantes, continúa el relato, vivían en un estado de gran paz y felicidad, rodeados de la incomparable belleza del paisaje con sus jarillas, algarrobos, ríos y montañas. Pero esto se vio truncado cuando llegó el ejército inca en afán de conquista.
Tupac Yupanqui, décimo Inca o soberano del imperio incaico en lo que hoy conocemos como Perú, año 1454, había decidido conquistar y ampliar su imperio. Para ello envió al príncipe Sinchisuca al frente de 10.000 hombres.
“Los aborígenes, a pesar de su férrea oposición, fueron derrotados ante el imponente ímpetu de tan poderosa fuerza de invasión.
En este panorama sombrío aparece el indio en busca de su amor para estremecerse ante la noticia de que su amada había sido llevada prisionera por los sacerdotes incas”.
Loco de dolor y desesperación, partió el indio siguiendo a los captores. Cuando llega a la quebrada de Talacasto, agotado y lleno de furia, le implora al cielo y a sus dioses una tormenta de brutal fuerza que arrastre a sus enemigos.
Los dioses escuchan su pedido y responden enviando enormes nubarrones, granizo, lluvia y viento que oscurecieron el día. El cielo se caía y el agua arrasó con todo a su paso.
El nativo vio el paso del aluvión que, tal como él había pedido, había arrasado con sus odiados enemigos.
“Pero fatalmente, la creciente también había atrapado a su amada, semejándose su figura a una hermosa flor”.
El indio se quedó llorando a su amada muerta, una tragedia provocada por su propia furia.
Esas lágrimas del indio arrepentido y destrozado por la muerte son las aguas que aún corren en la aguada de Talacasto. Un indio que aún hoy llora a su gran amor.