La demanda de políticas de Estado en torno al desarrollo industrial en el país no hacen más que evidenciar el eterno retorno argentino: entre cambios drásticos, las gestiones oscilan entre el fomento a los procesos tecnológicos y el desmoronamiento de la acción estratégica para todos los sectores productivos que aportan valor agregado. En el vértigo de la coyuntura, quedan desplazados los debates sobre las oportunidades nacionales para insertarse globalmente a competir en sectores específicos. En pleno contexto electoral, aparece una voz especializada para recordarlo: la de Eduardo Dvorkin, en su último libro “Tecnología propia” (Colihue).
Ingeniero por la UBA y el MIT con formación postdoctoral, Dvorkin ganó dos premios Konex por su trayectoria en el sector e integró el directorio de la Agencia I+D+i. Es por eso que es capaz de trazar un manual en donde esclarece los pilares que debería tener el diseño de un programa nacional de promoción tecnológica, sin relegar las posibilidades que se abren -o se pierden- con la actualidad nacional y global. El autor es claro: una industrialización inteligente no reemplaza importaciones, sino que “transforma conocimientos en tecnologías” y promueve “la participación intensiva del sistema nacional de ciencia y tecnología” para incorporar innovación que adapten las necesidades y posibilidades locales a los procesos productivos globales.
El texto remarca los históricos condicionantes argentinos: la falta de divisas, el déficit de la capacidad de las PyMEs para insertarse en estos procesos, las trampas que juega la propiedad intelectual y la imposibilidad de que la industria se haga cargo de una inmediata provisión de bienes y de insumos para generar un encadenamiento productivo, que es lo que “diferencia un sistema productivo de un conjunto de armadurías”. El libro llama a confrontar a las ideologías que no se aferran al pragmatismo ante la esperanza de la inversión extranjera o a la prioridad del modelo financiero que, en esencia, le quita a la Argentina la expectativa industrial de ingresar en la competición global.
Relatando casos que conoció por su experiencia laboral en las compañías líderes del país (YPF, Techint) o por su trayectoria académica en los Estados Unidos, Dovkin interpreta el marco legislativo e industrial actual, señalando debilidades y oportunidades que tiene la Argentina para salir de la trampa del “país de ingreso medio”, eufemismo que se le imponen a algunas naciones para establecer modelos extractivos con bajos salarios. Así aparecen la economía del conocimiento y la reconversión energética como potencialidades nacionales para volver a discutir el mercado internacional. En diálogo con Ámbito, el autor de “Tecnología propia” desarrolló algunos de los conceptos del libro.
Periodista: En su libro remarca que el salto tecnológico se tiene que dar por los encadenamientos productivos. Siempre está la expectativa puesta en la inversión extranjera, ¿ve la posibilidad de que un Estado sea capaz de reemplazarla?
Eduardo Dvorkin: El Estado argentino, en diferentes épocas de la historia, fue capaz de hacerlo. Por ejemplo, cuando Argentina entra en el mundo de la siderurgia durante el peronismo, con el caso de SOMISA; o el caso de Hipólito Yrigoyen, hace más de un siglo atrás, cuando se funda YPF, que sigue siendo la empresa industrial más poderosa del país. El tema es que haya un Estado orientado a desarrollar una producción nacional.
Para que no quede flotando la pregunta: sí es posible que un Estado reemplace a la inversión extranjera, pero para eso tenemos que desarrollar tecnología local y para eso es imprescindible formar encadenamientos que comprendan empresas del Estado, pymes y el Sistema Nacional de Ciencia y Tecnología, así como lo hacen los países desarrollados.
P.: En el libro hace referencia al rol de las pymes, que tienen la barrera de necesitar una inversión lo suficientemente importante para poder introducirse en estos encadenamientos productivos. ¿Qué rol están cumpliendo actualmente en el desarrollo industrial tecnológico argentino?
E.D.: Las pymes en este momento están pasando por una severa crisis. Las pymes que producen bienes de capital, es decir que producen equipos para ser usados en la producción, están soportando tener precios no competitivos por el dólar y la apertura de las importaciones, que los está poniendo en una situación muy crítica. Las pymes hoy están frente a una disyuntiva: no pueden competir con los precios internacionales, sobre todo los precios chinos, y no pueden de ninguna forma competir con la importación.
¿Qué es lo que uno debiera esperar de las pymes? Lo que se hacía en YPF Tecnología, donde a las pymes las llamábamos socias tecnológicas. Un ejemplo simple de entender eran las pymes con las que desarrollamos un tapón de fractura para las tuberías de Vaca Muerta; la acompañábamos en la adaptación de la ingeniería, en el desarrollo y después en llevarlo al campo y ponerlo. Creo que las pymes tienen sentido y tienen posibilidad de sobrevivir metidas en una red, en donde la motivación, el empuje y la temática la imponen las empresas del Estado.
P.: ¿Dónde ve que existe potencial de encadenamiento productivo virtuoso en Argentina?
E.D.: Básicamente lo veo en las grandes industrias: en el petróleo y en la siderurgia. Yo no pretendo que un Gobierno tenga que nacionalizar Siderar, Tenaris o Acindar, pero sí tiene que haber una disciplina para que tengan preferencia por la industria nacional. ¿Cuál es el problema concretamente de comprarle a la industria nacional? La espera por el tiempo de desarrollo y el tiempo que lleva la curva de aprendizaje hasta que se aprende a usar un equipamiento en toda su potencialidad. Es el precio que hay que pagar.
P.: Usted escribió justamente que “nadie regala el conocimiento tecnológico». ¿Cómo se obtiene entonces?
E.D.: Yo fui un científico devenido en tecnólogo y le puedo decir que el conocimiento científico se intercambia libremente; es muy difícil hacer cosas confidenciales en la academia porque todos los desarrollos culminan en tesis. Eso no es así en la tecnología. Si alguien hace algo y es exitoso, o lo patenta o lo somete a secreto industrial. Yo he recorrido plantas siderúrgicas en Japón en donde, previendo que iba a haber una visita, había partes de la planta que estaban cubiertas y que no eran accesibles. El conocimiento tecnológico no se regala. Si bien los economistas en general consideran que está el capital y el trabajo, yo digo que está el capital, el trabajo y la tecnología: es un factor productivo sin lugar a dudas.
P.: Usted hace mucho desarrollo sobre el RIGI y de las potencialidades que tiene en recursos naturales la Argentina. ¿Qué piensa del marco regulatorio argentino en ese sentido?
E.D.: El RIGI está hecho para construir enclaves extractivos, es decir que importo la maquinaria usada, extraigo los recursos y los exporto. El resto del país a lo sumo no tiene que importar petróleo y gas, pero no hay tracción sobre el aparato productivo. Yendo a las efectividades conducentes, el RIGI no fue capaz de atraer grandes inversiones y creo que es un enorme error.
Respecto a la legislación, si a mí me diesen a elegir, y obviamente sería un error darme a mí a elegir, diría que hay un problema que está metido en la Constitución de 1994 que es la propiedad provincial sobre los recursos naturales. Eso es un problema porque, si vamos al litio por ejemplo, no vamos a poder tener una política unificada sobre el litio hasta tanto no pueda decidirse a nivel nacional. En este momento deciden las provincias y lo deciden desde un tablero chico.
Con el tema del litio se nos puede estar pasando la época, porque está bajando de precio desde hace años. Otra cuestión aparejada de que las compañías extranjeras extraen y exportan es que si usted se pone en una fábrica de baterías, como el caso Y-TEC que me tocó gerenciar, cuesta un montón que las empresas que extraen el litio en el país nos la quieran vender. En ese momento tuvieron que intervenir las altas autoridades del país. Chile en eso fue mucho más avanzado que dice que si hay demanda chilena hasta un 30% del litio que se extrae tiene que ser vendido en el país.
P.: En el libro se encuentra la idea de que la industria argentina muchas veces no demanda tecnología porque obtiene rentabilidad de igual manera. ¿Cómo se estimula desde el Estado para revertir esa tendencia?
E.D.: El Estado tiene que administrar el comercio exterior, tanto para importar o exportar. Hoy es absolutamente libre. Empiezo con un ejemplo simple: no hay chance de que nadie fabrique una remera en la Argentina si puede importar remeras chinas o europeas, si vamos a los modelos más caros. Lo mismo para la maquinaria; mientras alguien pueda importar maquinaria libremente e incluso maquinaria usada, no hay chance de que en la Argentina eso pueda ser fabricado.
Entonces, las grandes empresas -tanto las del Estado como las privadas- tienen que tener una limitación en su importación de tecnología, aunque sea el camino más fácil que le brinda ganancias en el corto plazo, pero después cuando necesita repuestos tiene que ir y comprar los repuestos afuera. Un ejemplo se debatió durante la presidencia de Néstor Kirchner, que se discutía qué radares iba a comprar la Argentina. En ese momento llegó la orden presidencial de que los radares se desarrollarían en el país desde INVAP. Hoy nosotros podemos tener radares, fabricar nuestro propio repuesto e incluso se han exportado radares a países vecinos. Esa es una determinación política, no surge de las leyes del mercado.