Un fin de año con demasiadas preguntas


Es probable o casi seguro que, hace un año, nadie o muy pocos imaginaran que a los doce meses habría un escenario “favorable”, siquiera de coyuntura, para el Presidente que llegó a tal sin preverlo jamás. Sin plan estructurado. Sin equipo y con una debilidad parlamentaria inédita. ¿Sorprendió Milei o sorprende que haya sorpresa?

Es un interrogante con muy difícil respuesta. 

Se diría que los libertaristas hicieron lo que tenían que hacer con firmeza prepotente y no prevista. Anunciada, sí. Hasta los extremos comprobados no tanto, aun cuando de inmediato archivaron las promesas de dolarización y explosivos en el Banco Central.

El cálculo generalizado daba que caerían a los pies del macrismo, al carecer de cuadros que mínimamente ocuparan los casilleros de ministerios, secretarías, subsecretarías, direcciones nacionales y cuanto conforma el organigrama de andamiaje del Estado. Cabe recordar que Milei estableció el récord de funcionarios despedidos o renunciados. Más de 100 en lo que va de su gestión.    

Pero no ocurrió que cayeran en las manos imaginadas. Es cierto que muchos cargos relevantes son desempeñados por otrora “macristas”. Sin embargo, de entrada, se sumaron a la aplanadora de los hermanísimos y apartaron cualquier vestigio de “derecha moderada”.   

Supieron aprovechar muy bien el desierto de entusiasmo que dejó el gobierno anterior. Aceleraron desde un primer momento, asumiendo con una escenografía demoledora que le dio la espalda al Congreso, fortificando que “no hay plata” y convenciendo de que primero hay que saber sufrir, después llorar y, al fin, andar sin pensamiento. 

Un episodio, ya relatado en este espacio, fue la contestación dada por Milei cuando un altísimo funcionario le trasladó la inquietud de no tener con quién cubrir organismos básicos. Lo contó, desde ya que en off, el propio protagonista. “¿Qué parte no entendiste de que nosotros vinimos a destruir al Estado?”, fue la respuesta presidencial.

Por supuesto, y también para insistir, no existe que el Estado desaparezca. Simplemente, se organiza bien o mal para beneficiar a unos u otros. Para nivelar o acentuar las diferencias de clase. Para intentar repartir un poco mejor o para, en forma brutal, desandar lo que supo ser el país con mejores derechos sociales de la región. 

Federico Sturzenegger, el hombre que ya contribuyó dos veces a la quiebra argentina, lo puso blanco sobre negro con un salvajismo digno de autenticidad absoluta. No es que donde hay una necesidad nace un derecho. Si pasa eso, está el mercado. Y si el mercado no puede hacer negocios, allí continuará la necesidad. 

Es la acepción despótica de la meritocracia.  

En el caso de un experimento extremista como el que gobierna la Argentina, que el colega Martín Piqué denomina “laboratorio a alta velocidad «y que no es un fenómeno universal sino, tristemente, muy propio de nosotros en cuanto a ejercicio de poder directo, resulta imprescindible tomar nota de que por algo, y nunca de la nada, surgió esta apuesta popular a favor de un lunático.

¿Apuesta de “sólo” algo más que la mitad del electorado e, inclusive, algo menos si se considera a la totalidad de habilitados para votar, como si eso variara las proporciones de gente dispuesta a aventurarse con el apoyo a un panelista televisivo en rol de conductor nacional?

Lo concreto es que acá estamos, con un perverso de Presidente. No busquemos vueltas para aminorar impactos.

Tampoco se trata de si, acaso, Milei mintió al prometer motosierra contra la casta, para después ¿dejar claro? que la casta son los jubilados, los trabajadores formales e informales, los empleados públicos. 

Importan, deciden, cancherean, dos factores de enorme peso que, entre otros, se elevan sobre todos los demás: la inflación dibuja imagen de estar bajando o de hecho está haciéndolo, y eso queda por encima de que lo que debería contar en primer término es el poder adquisitivo; y la ciudad porteña, que regula en gran medida el humor nacional, ya no tiene piquetes. “Ahora se puede circular tranquilo”. 

¿Con eso le alcanza al Gobierno? Por ahora, sí o así parece. Hace ya demasiado que, en incontables estudios y análisis de los cientistas sociales, se demostró indispensable el manejo de las expectativas.

Nada menos que la economía es asunto de esa cosa. De las expectativas. De cómo se trazan las fantasías o la inmediatez de la confianza, porque, agregado, “con los otros nunca más”.

Reconozcamos que “lo Milei” fue efectivo en ese manejo. Y que la dirigencia opuesta a tal factor -no la “dialoguista” de peronistas y radicales con peluca comprada sin mayores esfuerzos, sino la más combativa o aspirante a tal- careció y continúa ausente de una efectividad exactamente inversa.

Acerca de esto último, creemos que corresponde no cargarle definitivamente todas las culpas a quienes no están encontrando la fórmula para enfrentar tamaño desafío. Sería injusto. Es injusto. 

Debiera ser obvio, pero vale subrayar que los sumergidos en el barro de la política, mientras hablemos de los que lo hacen con vocación de justicia social y no para servirse de un cargo, son tan mortales y falibles como todo el resto. Como todos nosotros. Es reconocidamente fácil el animémonos y vayan. La parte cloacal de las redes incentiva esa inclinación.    

El 20 de diciembre pasado, en una columna que tituló “Con el de arriba nervioso”, en este diario, el ensayista Jorge Majfud hizo un recorrido notable por diversas instancias epocales del capitalismo.

En un par de sus párrafos sustanciales, apunta que las obsesiones capitalistas, ahora desenfrenadas, se vuelven a repetir con las mismas características de hace un siglo. 

Remarca que cada generación tiende a olvidar no sólo la Historia, sino el dolor de sus abuelos que debieron atravesar por traumas nacionales y globales. Que las nuevas generaciones tienden a ser insensibles a las tragedias de esos/sus abuelos. Que es más todavía esa tragedia si el desprecio a la educación, a la cultura y al pensamiento crítico está de moda. 

Se pregunta si será que el péndulo de la Historia cambia de dirección cada tres generaciones. Si será que cada generación que aprecia la civilidad, el valor de la solidaridad, la empatía, es precedida por una que sufrió su destrucción, precedida a su vez de otra que la despreció.

Previo a citar a Marx a propósito de que las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes de cada época (clase que también posee los medios de financiación, los políticos y los comunicacionales), Majfud señala que estamos en esa generación del desprecio. 

Esa generación orgullosa del mito más perverso, que es sindicar al desenfrenado egoísmo del individuo como factor beneficioso para la sociedad. 

Por acá tenemos a la variante doméstica y más bizarra de ese espíritu exclusivamente individualista, cruel, animalesco. 

En este cierre del año, se impone una reiteración que viene machacando.

Sólo el urgente refresco de las viejas canciones, sin renegar de ellas porque constituyen lo mejor que les pasó a los argentinos, será o sería capaz de reconstruir alguna conciencia de lo colectivo como única salida potable. 

P/D: ya ingresado en vacaciones, quiero renovar y reforzar el agradecimiento acostumbrado a lectores y foristas de Página/12. Son sólo unos muy pocos, ínfimos, quienes se dedican a las agresiones personales; a tergiversar escritos, interpretándolos a su antojo; a no leer el artículo, ni el mío ni el de mis compañeros, sino a postear sus necesidades ¿analíticas? insultantes, soeces, negacionistas, cualquiera fuere el contenido de lo volcado en las columnas. No me interesa si se trata de trolls, que van cambiando su anonimato berreta; o de sencillos provocadores que harían muy bien en comprarse alguna vida superadora de entrar a este diario glorioso para el mero objeto de vomitar. La inmensa mayoría de ustedes, así sea con un par de líneas; con un solo concepto elogioso o adverso; con sus referencias históricas; con sus correcciones de buena leche; con el relato de sus experiencias; con sus aportes del tipo que fuere, me llenan de empuje. Hace ya muchos años. Empujan hacia mí y con los colegas de Página a quienes también nutren, ténganlo por seguro. Les mando un abrazo inmenso de felicidades que nunca fue, es ni será de protocolo findeañero. Es el abrazo capaz de seguir manteniendo a este diario que jamás se quebró, contra todas las dificultades que ustedes saben o se imaginan.



Fuente: www.pagina12.com.ar

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