
Wall Street avanza raudo gracias a la marcha atrás del presidente Trump. Después del rapidísimo arreglo comercial con China, la Bolsa trepó cinco ruedas consecutivas. Hilvanó así su tercera semana en alza. El índice S&P 500 que estuvo casi 20% por debajo de los máximos en el clímax de la guerra arancelaria en abril -y al borde mismo del mercado bear- cerró el viernes a tiro de los récords. Escaló 5,3% en la semana y recuperó todo lo perdido en 2025. Quién lo diría: si sube poco más de 3%, alcanzará una nueva cumbre.
¿Aquí no ha pasado nada? Todo lo contrario. Es un año vertiginoso. Desde que Trump asumió su segundo mandato, el 20 de enero, pasó de todo. Se desplegaron en cuatro meses las cuatro estaciones bien marcadas. Wall Street saboreó un Trump rally, fruto de su campaña electoral victoriosa y la subestimación de su agenda tóxica. Y estampó récords hasta el 19 de febrero. Después mordió el polvo. Soportó un “Trump slump”, un abrupto declive. Descubrió que el presidente era sincero en su voluntad de subir aranceles. Y quería aplicarlos a niveles no vistos ni siquiera con la ley Smoot – Hawley de 1930 que cimentó la Gran Depresión. Pero, una semana después del Día de la Liberación, comprobó también la increíble levedad del ser. La realidad le dobló el brazo al presidente. Y debió suspender deprisa los aumentos más nocivos. La regla es simple. Más recula Trump en su agenda original, más se recupera la Bolsa.
China, la obsesión estratégica de la Casa Blanca, era el último obstáculo. Y el secretario del Tesoro, Scott Bessent, el bombero que apagó el incendio (el mentor de la marcha atrás comercial), gestó un acuerdo con Beijing en apenas un par de días en Ginebra. Los aranceles recíprocos -145% y 125%, respectivamente- bajaron a un nivel alto pero compatible con la continuidad del comercio, 30% y 10%. En principio, por 90 días. Y el vigoroso rally de alivio se potenció aún más. ¿Volvemos al punto de partida? ¿Terminó el fantasma de la guerra comercial? ¿A base de arreglos de palabra, precarios, que dejan vacíos notables sin tratar y se pueden revertir si cambia el humor presidencial? Así es. Los tratos son precarios, pero detrás yace el pánico sólido de Trump. Él imaginó este juego de la gallina y lo llevó a un extremo. Y él se ocupa ahora de desarmarlo mientras proclama victorias históricas. Nadie más estuvo interesado nunca en ir por este camino de cornisa. Nadie violará las fajas de clausura, aunque sean de papel.
Wall Street confía en la Fed
Wall Street ya no apuesta a una recesión. La Bolsa la quitó de sus cotizaciones en abril a medida que se afianzó su recuperación. La guerra comercial era su razón principal. Si Trump toma distancia de la iniciativa sus chances se reducen. Pero, Jamie Dimon, el CEO de JPMorgan, otro bombero (voluntario), aconseja no cancelar todavía el pronóstico. Los mercados de apuestas que supieron asignarle una probabilidad de dos tercios la ubican hoy levemente por debajo de 40%, el doble que a comienzos de año. Wall Street confía sobremanera en que, si la situación se complica, la Fed retomará la baja de tasas que comenzó el año pasado -100 bps entre septiembre y diciembre- y que prometía continuar este año en su mapa de puntos, con 50 bps más. Pero combatir la recesión no es la prioridad actual de Powell sino contener las expectativas de inflación.
La embestida de Trump sobre la Fed exigiendo un recorte de tasas de prepo no tuvo éxito. Su decisión de pacificar el frente comercial, por el contrario, es una contribución constructiva. Primero, porque levantará la moral del consumidor, el actor clave para sostener el ciclo económico. En los primeros días de mayo su confianza volvió a despeñarse. Según la medición de la Universidad de Michigan arrojó la segunda lectura más baja desde que se llevan registros. La causa: la incertidumbre que provoca la política comercial. De manera espontánea, 75% de los consultados mencionaron su temor por los aranceles. Que Trump retroceda es la receta adecuada. Abrochada la tregua con China, la mejoría debería observarse en la medición definitiva de mayo. Los aranceles son los que inflaman las expectativas de inflación del consumidor: 7,3% a un año. No se veía una cifra tan alta desde 1981 cuando la inflación era de dos dígitos en los EEUU. Archivar la cruzada de los aranceles es, pues, una carambola a tres bandas. Permitirá tonificar el ánimo del consumidor y sus decisiones de compra. A la vez servirá para sosegar la fiebre de precios que imagina (a varios metros de altura de la realidad). Pero también aceitará la convivencia con la Fed. Ya sea porque el consumidor no se deprime y la economía no se resiente. O porque las expectativas inflacionarias se calman, y, a su debido tiempo, la Fed puede moderar las tasas y asegurar un aterrizaje suave. La Bolsa lo vio así antes que nadie, es su carta bajo la manga.
La deuda, un incendio a evitar
Sin embargo, la agenda tóxica de Trump 2.0 no se agotó. Subsiste la pretensión de aprobar una gran rebaja de impuestos por el Congreso. Y si bien el Comité de Presupuesto de la Cámara Baja le dio el viernes un fuerte rechazo inicial al “único, grande y hermoso” proyecto de ley, por 21 a 16 votos, Trump insistirá. No es casual, en ese marco, que Moody´s patee el tablero con una rebaja de la evaluación crediticia de la deuda soberana de EEUU. Se puede criticar el momento de cambiar de opinión, no la opinión en sí misma. Era la última calificación AAA vigente. Y tampoco se puede alegar prisa. Standard & Poor´s arribó a esta misma conclusión en 2011. Fitch Ratings, en 2023. La deuda pública crece año tras año. Y la política no puede y no quiere ponerle freno.
Esto no es obra de Trump, sino de sucesivas Administraciones (incluyendo su primer mandato). Eso sí, la rebaja impositiva que promueve sumaría su “grano” de arena: unos 4 billones de dólares de déficit (en diez años) a la montaña de deuda de 36 billones. Moody´s proyecta que el rojo fiscal escale de 6,4% del PBI en 2024 a 9% en 2035 (y la deuda, de 98% a 134%). Su decisión toca, pues, un nervio importante. El bombero Bessent tendrá que hacerse cargo, como lo hizo con el fracaso de la cruzada arancelaria del Día de la Liberación (de cuya implementación no participó). Bessent es tan crítico de la situación fiscal como Moody´s. “Las cifras de la deuda son realmente alarmantes”, afirmó en mayo. Una crisis implicaría “una paralización repentina de la economía, ya que el crédito desaparecería”. Bessent aseguró entonces: “Estoy comprometido a que eso no ocurra”. Debe evitar el incendio, antes que tener que apagarlo.
Es bueno que lo sepa, porque llegó el momento. Durante el shock de los aranceles se cuestionó, por primera vez, y muy abiertamente, el rol del dólar y de los bonos del Tesoro como refugio de valor. El propio equipo económico, Bessent incluido, supo jugar con la idea de implementar impuestos específicos sobre las tenencias de bonos del Tesoro en manos de inversores extranjeros. La fuga de capitales que se produjo en abril reveló que la desconfianza está a flor de piel.
La Bolsa tiene alas, y una intuición poderosa, pero es el mercado de bonos el que conserva la última palabra sobre su suerte. En enero, cuando la tasa de 30 años superó 5%, sonaron las alarmas ya que en el pasado ese umbral obró como gatillo de correcciones profundas (tanto en 2000 – 2002 como en 2008, aunque no en 2023). En abril, el ascenso brusco de las tasas largas, con caída del dólar y la Bolsa; o sea, la irrupción violenta del riesgo país, forzó a la Casa Blanca a frenar la suba de aranceles. Bessent sabe que urge rehacer las cuentas. Habrá que achicar el paquete fiscal, y cobrar más impuestos. Si no es así, mejor olvidarse. Trump ya lanzó el globo de ensayo de un pequeño tributo sobre los ricos. Que quede claro: no hay espacio para fracasar en otra aventura.