Con la Bolsa en récords, Donald Trump vuelve a jugar con fuego: sube aranceles a destajo y embiste para despedir a Jerome Powell


Después de bombardear Irán y hacer tabla rasa en el Congreso, el presidente Trump ya no arruga, se expande. Dominó a las fieras de Medio Oriente y a las de su propio partido. Y consiguió lo que quería. Paz fronteras afuera (y no verse arrastrado a un conflicto interminable). Y la “grande y hermosa ley” fiscal que rebaja impuestos y reconfigura el gasto a imagen y semejanza de su plataforma electoral. Wall Street, que en abril le dio la espalda, lo saluda con una caravana de récords flamantes. Y los bonos -la obsesión que le enseñó Scott Bessent, el secretario del Tesoro, en este segundo mandato- ya no son presas del espanto. No, acompañan la cruzada. Y la hacen posible. Sin su interesada colaboración -hacer mutis por el foro ante el aumento proyectado del déficit- el paquete fiscal no hubiera podido ser tan grande. Trump (y Wall Street) están en la gloria, después de su paso, breve pero intenso, por los infiernos.

Sin embargo, Trump no está satisfecho. Quiere sacar ventaja de su recuperación, cobrarse revancha, retomar la agenda de asuntos que dejó pendientes en abril y mayo para salir del atolladero, y demostrar, ante todo, que no es un gallina sino un ganador nato. Nobleza obliga, está empeñado en cumplir la plataforma que prometió en campaña (y que la gente votó). Toda ella, aún la parte que lo metió en problemas. Y juzga que es el momento de redoblar la ofensiva. A fondo y con una determinación que nadie esperaba. Fue la paz comercial, la tregua con China, y el cese del fuego entre Irán e Israel (más la tenaz calma chicha en el Estrecho de Ormuz) lo que permitió la redención de los mercados y del presidente, en ese orden. No obstante, Trump decidió reabrir el fuego y volver a la carga. Atiza de nuevo la guerra de aranceles, y profundiza la que no abandonó nunca, la guerra con la Fed de Jerome Powell.

Aranceles: la Casa Blanca los resucita y todavía con más arbitrariedad

A Trump le estalló en las manos el anuncio de los aranceles recíprocos, el emblema del Día de la Liberación, el 2 de abril. De urgencia, y a instancias del secretario Bessent, una semana después, Trump debió congelar su aplicación por tres meses para calmar las aguas. El 9 de julio expiró dicho plazo. “En 90 días habrá 90 acuerdos”, dijo el consejero Peter Navarro. Pero hubo solo dos: con China y con Vietnam (en discusión porque Hanói entiende que pactó un arancel de 11% y no de 20% como publicitó Trump). La ausencia de avances en la negociación no importó. Lejos de cancelar los aranceles recíprocos, o ponerles techo en 30%, el nivel que ahora le cobra a China, que es el país que le disputa la hegemonía, la Casa Blanca los resucita en plenitud. Y todavía con más arbitrariedad.

Países que el Día de la Liberación estaban eximidos de gravamen recíproco ahora no lo están. Canadá, que tiene un Tratado de Libre Comercio con EEUU (“el mejor de la historia”, según Trump, su propulsor), se anotició de una gabela de 35%. A Brasil, que tiene déficit comercial con EEUU, lo castigó con una penalidad de 50% por los problemas legales del ex presidente Jair Bolsonaro. “La activa participación de Lula en los Brics es lo que inclinó la balanza”, dijo Mauricio Claver Carone, el hombre de confianza de Trump para los asuntos de América Latina. El proyecto de corredor bioceánico -que uniría Brasil con el megapuerto de Chancay, construido por los chinos en Perú- habrá sido un aguijón. De hecho, Perú afirmó que no participa ni lo autorizará. Pero, la paradoja es que Brasil, exceptuado en abril, pagaría un arancel más elevado que la propia China. Myanmar es un caso aún más curioso. EEUU no tiene relaciones diplomáticas con la Junta Militar que lo gobierna, pero Trump igual les remitió una carta con un arancel de 40%. Misiva que los asiáticos agradecieron efusivamente, aunque solicitaron una rebaja.

La historia se repite. Y los elementos de la farsa son evidentes (el flamante arancel de 50% al cobre es una receta para la desindustrialización de los EEUU). Pero, equivocado o no, Trump habla en serio. Pretende retomar la conversación donde quedó en abril, matizada con esta discrecionalidad de último minuto. El fin de semana siguió mandando notificaciones: la Unión Europea y México deberían tributar 30% (cinco puntos más que Japón y Corea del Sur, por ejemplo). México y Corea del Sur, se sabe, son signatarios de tratados de libre comercio con EEUU y cobran aranceles mínimos, o ninguno. Pero eso a Trump lo tiene sin cuidado.

Trump en busca de «la plata grande»

“Creo que los aranceles han sido muy bien recibidos. La Bolsa estableció un nuevo récord hoy”, señaló el presidente el jueves. Y esa es la clave. Trump no teme ninguna represalia salvo dos. Si los mercados reaccionan mal y con los tapones de punta como en abril, habrá que suspender la maniobra. Y sabe que China controla la oferta de tierras raras. Si se la irrita puede detener por su cuenta la actividad en industrias que son críticas y obligarlo a rebobinar. Son dos frentes que debe preservar indemnes.

A Trump lo deslumbra la recaudación efectiva de los aranceles. Bessent dice que puede aportar u$s300 mil millones este año, lo cual hoy es una exageración. Pero no lo es necesariamente hacia delante. En mayo la caja sumó algo más de u$s22 mil millones. Un nivel anualizado de 264 mil millones. A mano alzada, y sin considerar los efectos dinámicos de aplicar semejante impuestazo, ello compensaría 80% del aumento del déficit previsto por la aprobación del paquete fiscal. De ahí, que Bessent, una semana atrás predijera el inminente despacho de cartas a un centenar de países confirmándoles el arancel del 10% y que no se haya visto ninguna. Trump, en cambio, sorprendió con la novel pretensión de aplicar un arancel indiscriminado más alto, de entre 15% y 20%. “La plata grande entrará a partir del primero de agosto”, se relamió el presidente. Es decir, cuando presuntamente rija esta oleada de innovaciones.

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Trump bombardea a la Fed de Powell y a su noción de independencia

Imagen creada con inteligencia artificial

Si no fuera por Trump, la Fed ya tendría su decisión tomada

En paralelo, Trump bombardea a la Fed de Powell y a su noción de independencia. Ya no solo se exige un recorte drástico de tasas, sino la salida inmediata del chairman. Funcionarios como el director de una agencia federal -William Pulte, titular de Fannie Mae y Freddie Mac- difunden versiones sobre su dimisión inminente. “Estoy muy alentado por ´esos informes` de renuncia, -dijo-, creo que esto obrará en la dirección correcta y la economía va a volar”. O lo acusan de malversación de fondos en la refacción de los inmuebles de la institución, como es el caso de Russell Vought, director de la Oficina de Administración y Presupuesto del gobierno. Powell negó la existencia de supuestos “comedores VIP, mármoles nuevos, ascensores especiales, fuentes de agua o jardines en la terraza”. Y dice que seguirá hasta el fin de su mandato en mayo de 2026.

La Fed, señaló Powell más de una vez, ya habría retomado la baja de tasas (que suspendió en diciembre) de no ser por la suba de aranceles. Y, quedó claro en las minutas, que no se resiste a volver a recortarlas antes que termine el año. No parece haber quórum para hacerlo a fin de mes, salvo los votos cantados de los gobernadores Waller y Bowman. Septiembre lucía hasta ahora como la fecha más apropiada.

Los argumentos que vierte Waller son compartidos, aunque haya diferencias en el timing de la acción. “Los aranceles no van a causar una inflación persistente… La Fed estuvo en pausa durante seis meses esperando un shock inflacionario que no ha llegado… Un arancel de 10% sobre todas las importaciones no tendría mucho impacto en la inflación general”. El problema es que Trump redobla la apuesta. El piso del arancel puede ser 15% o 20%. Y los aranceles recíprocos no están descartados como sugiere el razonamiento de Waller. Y existen novedades sectoriales fuertes. 50% de tributo en el caso del cobre. ¿Qué pasará con la madera? ¿Cuánto regirá para los productos farmacéuticos? ¿200% como mencionó Trump? ¿Cuál será la estructura arancelaria definitiva? Nadie lo sabe. Tampoco el presidente. ¿Puede la Fed desentenderse de estas modificaciones y de otras en camino? ¿O debe mantenerse en guardia por más tiempo? Si no fuera por Trump, la Fed ya tendría su decisión tomada.

¿Puede Wall Street ignorar esta embestida?

Wall Street no se alteró, aunque el viernes dio un leve paso atrás tras el arancel de 35% a Canadá. Observa imperturbable la marcha de los acontecimientos desde las alturas. Pero, ¿puede ignorar esta embestida? Después de todo, el rally de la recuperación fue producto del efecto TACO, del arrugue de un Trump replegándose a la defensiva para contener la zozobra. Más reculaba en la ejecución de su agenda tóxica en abril y mayo, menores la volatilidad y las chances de una recesión. Y así más fuerte el repunte de la Bolsa. Pero, ¿qué hacer con un Trump recargado que vuelve al ataque como si no hubiera aprendido nada? Es que los mercados que supieron disciplinarlo en su momento ahora lo alientan con los récords en Bolsa y la complicidad de las tasas largas. Se diría que Jamie Dimon, el CEO de J.P. Morgan, es la única voz que se alza en alerta. Es un equilibrio inestable si los “deals” se demoran. Wall Street reposa en su confianza en el efecto TACO y en las dos bajas de tasas que la Fed concedería de buen grado en caso que de que hayamos visto lo peor de la suba de aranceles. Y lo que Trump está diciendo a los gritos es que ni lo uno ni lo otro, no es un blando ni tampoco se rindió. Por eso monta este nuevo juego de la gallina: si él no arruga, obligará a que se frunzan o empaquen todos los demás. Y a que los mercados lo llamen al orden.





Fuente: Ambito

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