A doce meses desde la asunción de Javier Milei, el “ajuste más grande la historia de la humanidad” está empezando a notarse en los barrios cada vez con mayor crudeza. Aquella promesa de que “la única billetera abierta” sería la de la ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello, quedó muy atrás en el tiempo y los números duros ya demuestran que sólo fue un slogan de campaña. De acuerdo a un informe de la Oficina de Presupuesto del Congreso (OPC), los programas sociales en su conjunto –desde la AUH al Potenciar Trabajo, pasando por la Tarjeta Alimentar– se redujeron en un 45,6 por ciento en términos reales respecto de noviembre del año pasado, es decir desde el último mes de gestión plena del gobierno anterior. La poda no tuvo piedad con los más pobres, que fueron, junto a los jubilados, estatales y docentes, los más sacrificados por el “plan motosierra” en nombre del mentado “déficit cero”, que el Presidente ya advirtió que “no se negocia” de cara al año que viene.
Esa reducción abrupta en los ingresos de las familias que más necesitan de la ayuda del Estado se nota y mucho: cada vez hay más trueque en los barrios, las changas rinden menos porque no hay plata para pagarlas y tampoco los comedores, también ajustados por el Gobierno, dan a basto para contener a todos. “Se está produciendo lo que yo llamo un proceso de descapitalización de los pobres”, le dijo a Página/12 Eduardo Belliboni, del Polo Obrero. “Como nadie tiene un mango, empieza a vender cosas, casi todo lo que tiene: una buena pilcha, una herramienta, hasta bicicletas, todo para poder comer”, describió.
Ese proceso de “descapitalización”, agregó Belliboni, también está redundando en un mayor endeudamiento familiar con los prestamistas informales, que prestan a tazas de más del 100 por ciento. A diferencia de lo que vende públicamente el Gobierno sobre la paz social frente al ajuste, “todo en los barrios está desmejorado y poco a poco la bronca se acumula”, describió el dirigente piquetero, que viene de recorrer barriadas en provincias del norte y el litoral donde, dijo, “la gente está muy enojada con el Gobierno, a contramano de lo que reflejan que las encuestas, que mienten para vender una realidad ficticia”.
El ajuste en números
De acuerdo al informe de la OPC, el rubro «Políticas alimentarias» (fundamentalmente la Tarjeta Alimentar) retrocedió en un 18,1 por ciento en términos reales. Su poder de compra «presenta una caída real de 14,3 en el acumulado de 11 meses de 2024 respecto a igual periodo de 2023», dice. En tanto, los programas Volver al trabajo y Acompañamiento Social (ex Potenciar Trabajo), congelados desde enero en 78 mil pesos, sufrieron una caída del 59,3 % por ciento, «explicado principalmente por la perdida del poder de compra de las prestaciones». Otros programas, como las Becas Progresar cayeron hasta un 64,2 por ciento.
Desde los barrios
Silvia es vendedora ambulante, vive en Pilar y milita en la rama de Espacios Públicos de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP). Lo que está viendo en los pasillos de los barrios, dice, no lo veía desde el 2001. «Hay gente que está durmiendo literalmente en la calle. Pero no en capital, como es lógico, sino debajo de un comercio de la barriada, donde hay un techito», cuenta. «Me da bronca que mis hijos y mis nietos tengan que ver lo mismo que viví yo a fines de los 90. El retroceso con este gobierno es total», agrega.
Ella cuenta por dónde empieza el ajuste de las familias cuando falta el mango. «Lo primero que dejas de comprar es vestimenta: el calzado, el abrigo. Después los lácteos, la carne, lo básico para tener dignidad. Si estabas mejorando tu vivienda, ya no se puede construir, porque no hay plata, como dice el Presidente. Todo el progreso familiar en general, retrocede. El que alquilaba, ya no puede. Pide prestado hasta que no puede endeudarse más y queda en la calle. El que changuea, pasa sin pagar en el tren, o pide a alguien que lo lleve hasta donde va. Los más viejos son los que se llevan la peor parte: dejan de comprar medicamentos, se dejan morir», describe con crudeza.
La Tarjeta Alimentar, que antes era de uso exclusivo familiar, ahora se «socializó»: entre los más militantes, se usa para parar la olla de forma colectiva. «El carnicero dona las sobras, los pibes que salen a vender verduras ponen algo, otros van a comprar con la tarjeta, así muchos pueden llegar a comer. A comer al menos una vez al día, porque a fin de mes, todos recortan comidas», dice Silvia, que pone su propia garrafa, cada tanto, para armar un comedor en la estación de tren de Pilar.