En el día de ayer, el Presidente de la AFA Claudio Fabián (“El Chiqui”)Tapia vino a San Juan trayendo la Copa de campeones del mundo. Fue acompañado por el futbolista Exequiel Palacios. Tapia vino a mostrársela a los sanjuaninos y, sobre todo, para cumplir su promesa con la Difunta Correa.
Claudio Fabián Tapia, El Chiqui, es el sanjuanino del momento. El proyecto por el que él apostó es el que nos ha dado esa alegría tan difícil de explicar en palabras. Ganamos el Mundial y, por suerte, el Presidente de la Asociación de Fútbol Argentino no se olvidó de dónde es y de sus promesas.
Unos quince días antes de partir hacia Qatar para disputar el campeonato del mundo, Claudio Tapia fue a pedirle a su santuario a la Difunta Correa. En aquella ocasión le llevó la copa obtenida en la Finalissima ante Italia. Debió de pedirle ayuda para nuestra selección y hacer promesa si conseguíamos la gloria. “Lo importante no es lo que se promete, sino lo que se cumple”, declaró en aquel momento, en referencia a la promesa que estaba cumpliendo por aquel entonces.
“El Chiqui”, devoto de nuestra Difunta, no era la primera vez que cumplía y se acercaba al Santuario situado en Vallecito, pueblo sanjuanino. Sino que ya en agosto de 2021 se acercó a llevarle la Copa América que ganamos frente a Brasil. Anteriormente, había agradecido por ser elegido Presidente de la AFA. En aquel momento, llegó de rodillas al lugar.
Prometer es fácil, pero después hay que cumplir. Es de agradecer que el dirigente del fútbol argentino no se olvide de San Juan. Porque acá además de esa devoción a la Difunta Correa, figura mítica pagana y popular, también somos devotos de nuestra selección. En ocasiones tendemos, erróneamente, a minusvalorarnos como San Juan, pero lo cierto es que somos el primer lugar que visita el trofeo que representa la gloria mundial.
Ahora que se vienen tiempos convulsos y época en la que probablemente la traición se convierta en moneda de cambio (ya lo estamos viendo con algunos, sobre todo en lo que respecta a los sanjuaninos), es importante que aprendamos la enseñanza que nos deja el gesto de “El Chiqui” Tapia, tan bien expresado en su declaración: “La fidelidad, el amor y la lealtad se demuestran con acciones y no con palabras.”
La Difunta Correa
La Difunta Correa es una figura mítica pagana en la religión popular Argentina, especialmente entre las clases populares, entre las cuales cuenta con una gran devoción. Su creencia se ha extendido con el paso del tiempo, llegando también a Chile y Uruguay. Se dice que ocurren milagros en el santuario y que la Difunta ayuda a sus devotos, por ello miles de personas la visitan para presentar sus respetos. El Santuario se ubica en un pequeño pueblo, Vallecito, situado a 63 km de la ciudad de San Juan.
La leyenda, tan nuestra, cuenta que Deolinda Correa fue una mujer que vivía junto a su marido, Clemente Bustos, en el departamento sanjuanino de Angaco. Hacia 1840, durante las guerras civiles, Clemente fue reclutado forzosamente. La soldadesca que viajaba a La Rioja obligó al marido de Deolinda a unirse a las montoneras. A ella, además, la empezó a acosar el comisario del pueblo. Por lo que se decidió a ir tras su marido.
Con la idea de reunirse con Clemente, tomó a su hijo aún lactante y siguió las huellas de la tropa por los desiertos de San Juan. Llevaba sólo algunas provisiones: pan, charqui (tipo de carne deshidratada, “cecina” en quechua) y dos chifles (unos cuernos) de agua. Cuando a Deolinda se le termina el agua, estrechó a su hijo junto a su pecho y se cobijó debajo de la sombra de un algarrobo. Allá es que muere a causa de la sed, el agotamiento y el hambre.
Al día siguiente, unos arrieros pasan por el lugar y encuentran el cadáver de Deolinda, con su hijito vivo que seguía amamantándose de sus pechos, de los cuales aún fluía leche. Fue enterrada en el lugar por los arrieros, en el paraje que hoy se conoce como Vallecito, y se llevaron con ellos al niño.
Cuando se conoció la historia, muchos paisanos de la zona comenzaron a peregrinar la tumba. Con el tiempo se construyó un oratorio que poco a poco se convirtió en santuario. La primera capilla del lugar fue de Adobe y construida por Zeballos, un arriero que en viaje a Chile sufrió la dispersión de su ganado. Se encomendó a la Difunta y pudor reunir de nuevo a todos sus animales.
Por ello, hoy en día, mucha gente va a al santuario para dejar botellas de agua, para que “nunca le falte agua a la Difunta”.
La devoción a la Difunta Correa no se trata de un culto, no existe ninguna religión “difuntacorreísta”, sino una difundida devoción popular. Los arrieros primero, y posteriormente los camioneros, son considerados los máximos difusores de la devoción hacia la Difunta Correa. Serían los responsables de haber levantado pequeños altares en diversas rutas del país.
Las visitas al Oratorio de la Difunta Correa se producen durante todo el año, pero son más frecuentes en Semana Santa, el día de las Ánimas (2 de noviembre), la Fiesta Nacional del Camionero, durante las vacaciones de invierno y para la Cabalgata de la Fe que se realiza todos los años entre abril y mayo. En las épocas de mayor afluencia pueden llegarse a reunir hasta a trescientas mil personas; el promedio (año 2005) de los que peregrinan al santuario de la “Difunta Correa” en Vallecito es de 1.000.000 de personas por año.